La casualidad quiso que cayera en mis manos La isla de las últimas voces (2018), de Mikel Santiago, un par de días antes de Navidad, justo el momento en el que se desarrolla toda la acción de esta novela. Así que puedo decir que en 2018 pasé la Nochebuena con la mente puesta en la remota y desolada isla de St. Kilda, al norte de Escocia.

Son más de quinientas páginas que se pasan volando, porque el interés y la acción no decaen en ningún momento. Intriga, misterio, aventuras e incluso algunos toques de terror y ciencia ficción. Todo eso es lo que nos aguarda en esta lectura.

Sólo cuando terminé la lectura se me ocurrió buscar la isla en el mapa, el escenario donde todo sucede, para constatar que, a diferencia de la isla de Hedeby de la trilogía Millennium, que Stieg Larsson se sacó de la manga, St. Kilda sí existe. Eso sí, en la realidad la isla no hay pescadores, ni hotel, ni nada. Los últimos habitantes fueron evacuados en la década de los años 30.

La caja

Como el propio Santiago explica en el epílogo, el relato original embrión de la novela se llamaba así: «La caja». Y es que la caja es un protagonista más (según como se mire el único y auténtico protagonista) de La isla de las últimas voces.

Sin destripar la trama, podemos explicar que la vida de los escasos habitantes de St. Kilda se ve perturbada por el hallazgo de un misterioso contenedor que unos pescadores rescatan del mar. Se trata de la carga de un vuelo militar secreto que se estrella en el mar y del que sólo hay un superviviente: Dave, el cual también va a parar a la isla.

La odisea de Dave para sobrevivir es explicada al inicio de modo paralelo al relato central, donde encontramos una serie de personajes «buenos» y «malos» pero sobre los que destaca la otra protagonista: Carmen, una española que trabaja como única empleada en el único hotel (por llamarlo así) de la isla y que ha ido a parar allí huyendo de una terrible tragedia personal.

La atmósfera de St. Kilda, aislada del continente durante varios días por culpa de una gran tormenta y con todos sus habitantes «poseídos» por el influjo de la caja (no puedo dar más pistas), se vuelve cada vez más agobiante. No hay turistas, la radio no funciona y el ferry no puede llegar hasta que el tiempo mejore. Y mientras, los acontecimientos se precipitan de forma inexorable.

Hay que aplaudir el modo en el que Mikel Santiago dibuja el carácter de cada uno de los personajes y cómo describe las escenas de acción de un modo muy creíble, dentro de lo «increíble» de la historia, claro. Por poner un pero, creo que el final podía haberse resuelto de una manera más convincente. Usando un símil de andar por casa: me da la sensación de que nos echan del restaurante sin dejarnos ver la carta de postres.

Aún así, debo reconocer que me lo he pasado pipa leyendo La isla de las últimas voces, una novela que recomiendo sinceramente y que te engancha desde la primera página.

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