EL EJÉRCITO PERDIDO, Valerio Massimo Manfredi

1303417866Mi primer contacto con Valerio Massimo Manfredi fue la trilogia Alexandros, la biografía novelada de Alejandro Magno y, en mi opinión, un ejemplo impecable de divulgación histórica.

Y es que el autor italiano, especializado en la novela histórica ambientada en el mundo clásico, tiene algo que incluso sus detractores no tienen más remedio que reconocer: presenta a sus lectores historias reales y personajes históricos de forma entretenida y amena. Se concede, eso sí, algunas licencias literarias, pero siempre conservando la dosis necesaria de rigor. Y el resultado es que sus novelas son una suerte de lecciones de historia de fácil digestión.

El ejército perdido (2007) fue escrita una década después de la trilogía Alexandros, pero nos sitúa en lo que para todos los estudiosos es el gran antecedente de la invasión macedonia de Persia. La historia en realidad ya la contó hace más de dos mil años uno de sus protagonistas, el ateniense Jenofonte, recogida en un espectacular libro llamado Anábasis.

Anábasis

También llamada «La Expedición de los Diez Mil», fue el nombre de la expedición formada por mercenarios griegos de diversas ciudades y capitaneada por Ciro el Joven, pretendiente al trono persa,  hacia el corazón del imperio.

Situémonos en el marco histórico: es el año 401 a.C. Han pasado veinte años desde la gesta delas Termópilas, (diez desde la victoria griega en la Segunda Guerra Médica) y faltan aún medio siglo para el ascenso de Alejandro al trono de Macedonia. El Imperio Persa sigue siendo inmenso, poderoso y temible.

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Ruta de la Expedición de los Diez Mil, según se cuenta en el Anábasis.

La expedición fracasa: Ciro muere en Cunaxa, Mesopotamia, y los griegos se encuentran atrapados en territorio hostil. El Anábasis de Jenofonte narra precisamente la aventura que supone para ellos escapar de la muerte y alcanzar el mar desde donde zarpar de vuelta a casa. Para ello, deben atravesar desiertos y montañas, luchar contra las tropas del Gran Rey y contra tribus salvajes y despiadadas, soportar el calor más sofocante y el frío más atroz, lidiar con el miedo, el hambre, la traición y la desesperanza.

Pero a pesar de todo ese sufrimiento, los griegos consiguen encontrar la salida de ese laberinto mortal. Sus gritos de júbilo cuando por fin contemplan el mar (Θάλαττα! θάλαττα!), pasaron para siempre a la historia.

«Recuerda que para un griego alejarse tanto del mar es inconcebible. Lo domina una sensación de vértigo, siente que le falta el aliento. Un griego lleva sangre en las venas mezclada con agua de mar, créeme.»

Una narradora indirecta

Manfredi recurre a una narradora indirecta para contar la epopeya de los Diez Mil. El primer capítulo, donde se explica la aparición de una extraña mujer en la pequeña aldea de Beth Qada, en Siria, sirve de introducción. La mujer es lapidada sin piedad, pero salva su vida de milagro gracias al auxilio de unas muchachas. Cuando logra reponerse, explica que se llama Abira y empieza a contarles la aventura de su vida: cuando conoció a un extranjero llamado Jeno (Jenofonte, claro) del que se enamoró y al que unió su destino.

Return of Ten Thousand under Xenophon

Gracias al personaje de Abira, el autor puede contar la historia en tercera persona pero recurriendo a un personaje que interviene directamente en la acción cuando es necesario. No está mal pensado.Por poner un pero: es poco probable que una mujer (y encima bárbara a ojos de los griegos) fuera tan respetada y escuchada por Jenofonte o cualquier otro miembro de la expedición, pero hagamos esa concesión en pro de la narración.

Hay una historia de amor, la que viven Jenofonte y Abira, que nos acompaña durante todo el relato. Un romance con gloriosas cumbres y oscuras simas:

«Incluso hoy, cuando lo pienso, no puedo creerlo. Diez mil hombres yacían en el suelo a nuestro alrededor, hambrientos, exhaustos, heridos. Un ejército enemigo, feroz y numeroso, estaba acampado a corta distancia. Estábamos en peligro mortal  (…) Sin embargo, esa fue quizás la noche más hermosa de mi vida. No pensaba en lo que sucedería al día siguiente, de hecho, la sola conciencia de que tal vez no habría un antes había vivido y que tal vez no volvería a experimentar el resto de mi días.»

Lo demás, es el relato más o menos fidedigno de cuanto se cuenta en el Anábasis, pero contado con el estilo sencillo y ameno de Manfredi. Tal vez demasiado «ligero» para un historiador, pero perfecto para cualquier otro lector menos exigente.

En todo caso, además de al propio Manfredi, hay que dar las gracias a Jenofonte por participar en la fallida expedición y dejar escrito cuanto vio y vivió para la posteridad:

«Me gusta pensar que mis palabras permanecerán vivas una vez que mi voz se haya apagado.»

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