Dictadores que soñaron con ser escritores

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Además de dictar sentencias de muerte y perseguir a la disidencia, muchos dictadores en la historia han dedicado tiempo a otras aficiones, como por ejemplo la literatura. Es más, muchos de ellos incluso se animaron a escribir y publicar sus propias obras.

Por lo general, todas estas creaciones resultaron bodrios ilegibles, aunque algunas de ellas adquirieron un valor que va más allá de la simple curiosidad, pues han pasado a ser documentos históricos o espejos que reflejan de la personalidad del autor, de gran interés para los historiadores y biógrafos.

Haciendo un esfuerzo taxonómico, los dictadores-escritores se pueden dividir en tres grandes grupos:

  • Los que escribieron libros y luego se convirtieron en dictadores.
  • Los que escribieron libros para convertirse en dictadores.
  • Los que escribieron libros porque ya eran dictadores.

En la primera categoría encontramos, por ejemplo, a Benito Mussolini. ¿Quién podría imaginar que aquel jovenzuelo italiano con aspiraciones literarias acabaría siendo el Duce de Italia? De él nos ha llegado un ensayo filosófico titulado El hombre y la divinidad: Dios no existe (1904) y una irreverente novela: La amante del cardenal (1910).

El caso de Adolf Hitler es diferente. Es sabido que el tristemente famoso Mein Kampf fue pergeñado en la celda en la que el futuro Führer cumplió su condena después del fallido putsch de Munich de 1923. Aquel panfleto fue un fracaso de ventas en su momento, pero luego se convirtió en «el libro» (así, en singular) del III Reich, la única y auténtica Biblia del nacionalsocialista. Años después de su publicación, Hitler confesó a su abogado que jamás habría escrito el libro si hubiera sabido que acabaría convirtiéndose en canciller de Alemania. También admitió, con una franqueza sorprendente: Ich bin kein Schriftsteller (Yo no soy escritor).

Sin embargo, es la tercera clase de literatura dictatorial, es decir, el libro escrito después de alcanzar el poder, el ejemplo más interesante de este peculiar género. Olvidémonos de la calidad literaria: aquí el verdadero objetivo del autor es la creación de un libro-instrumento cuyo objetivo principal es demostrar a las masas por qué la persona que gobierna sus destinos tiene todo el derecho de hacerlo. Estos libros transmiten un mensaje claro: el dictador es una especie de sabio altruista, un ser sobrehumano que se sacrifica por la patria, o por un ideal. En otras palabras: burda propaganda.

En esta categoría los ejemplos son numerosos, desde el infame e infumable Libro Rojo (1964) de Mao hasta el disparatado Libro Verde (1975) escrito por la mente enferma del Coronel Gadafi.

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El dictador libio Muamar el Gadaffi absorto en la lectura de su demencial Libro Verde.

También el dictador cubano Fidel Castro hizo sus pinitos literarios con su conocida obra La historia me absolverá. Se trata del famoso alegato de defensa esgrimido en 1953 ante el tribunal que debía juzgarlo por rebelión tras el fallido asalto al cuartel de Moncada. Una vez en el poder, el discurso se convirtió en libro y lectura obligatoria en escuelas. Un texto supuestamente lleno de buenas intenciones que finalmente no tuvieron su reflejo en la realidad.

De risa, por no decir otra cosa, es la novela rosa Zabiba y el rey (2000), firmada por Saddam Hussein, en la que los personajes pretenden simbolizar la resistencia del pueblo iraquí ante el invasor estadounidense. Pero esto no es nada al lado del Ruhnama (2001), una delirante obra escrita por el dictador de Turkmeistán Saparmyrat Nyyazov, el cual asegura que «aquel que lo lea tres veces encontrará riqueza espiritual, se volverá más inteligente y, además, irá directamente al paraíso». Imposible encontrar una sinopsis más convincente.

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Ya en clave nacional, hay que destacar la obra La Masonería (1952), escrita por Francisco Franco bajo el seudónimo de Jakim Boor, en el que el autor da rienda suelta a una de sus viejas obsesiones: la conspiración judeo-masónica. ¿Por que usó el seudónimo? Muy simple: en aquellos años, después de la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, ya no estaba bien visto hablar mal de judíos y masones.

Pero si de dictadores-escritores hablamos, quien se lleva la palma (al menos en volumen) es el tirano de Corea del Norte Kim Il Sung, autor de nada menos que 18.000 libros de diferentes materias, lo que deja en pañales al que pasa por ser actualmente el escritor más prolífico del mundo, el brasileño Ryoki Inue. Todo un legado de sabiduría para su pueblo, aunque muy difícil de creer que una persona, por muy virtuosa que sea, pueda escribir un libro cada dos días durante 50 años.

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9 comentarios en “Dictadores que soñaron con ser escritores

  1. Increíblemente interesante, excelente artículo.

    En lo personal me he leído algunos de ellos y vaya, lo que querían transmitir era directo sin ninguna vuelta de historia… eso si, son lecturas para hacerlas de forma «documentada» y no de estilo fanático, eso ya es otra cosa; saludos.

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