La novela Metro 2033 (2005) de Dmitry Glukhovsky tiene un origen curioso: empezó a ser pergeñada por su autor durante sus continuos viajes en metro por la capital rusa; después cristalizó en forma de blog; a raíz del éxito de público obtenido, se convirtió en una novela, más adelante en una trilogía y finalmente llegó a servir de inspiración para una serie de famosos videojuegos.
Desde los hermanos Strugatski hasta hoy, son muchos los lectores que se han dejado seducir por la ciencia-ficción que viene de Rusia, donde este género ha adquirido un encanto especial.
Como en tantas otras obras de este tipo, nos hallamos en un escenario post-apocalíptico: la guerra nuclear ha destruido el planeta.
Metro 2033 sería sólo una novela más de esas de no contar con un elemento diferente: la red de metro moscovita (una de las más grandes y espectaculares del mundo), el último refugio contra la radiación asesina del exterior y las criaturas mutantes de pesadilla que habitan las calles. Más que un escenario, el metro es casi un personaje más de la novela, un micro-universo que se rige con sus propias reglas.
Artyom, el protagonista, es un joven que vive en una estación periférica (la VDNKh), amenazada por unas temibles criaturas del exterior que han podido penetrar en la red de metro a través de un acceso que no ha sido bien cerrado. El enemigo es poderoso y la derrota parece inminente. Artyom recibe la misión de viajar a la Polis en busca de ayuda. No entro en más detalles para no destripar la trama.
Para que el lector no se vuelva loco, el libro incluye un detallado plano del metro de Moscú, al que deberá volver una y otra vez para seguir el curso de los acontecimientos y no perder el rastro del viaje del protagonista.
Un universo subterráneo
El metro es un mundo propio donde las estaciones sobreviven comerciando y guerreando entre ellas, ya sea en solitario o formando confederaciones.
A través de estas últimas Glukhovsky construye un mosaico ideológico de lo más variopinto: la «línea roja» reproduce el estado comunista con todos sus defectos y paranoias, en los que todos son sospechosos de espionaje y las ejecuciones están a la orden del día; la Hansa, la gran linea circular, es la más próspera y representa al capitalismo con todas sus virtudes y defectos; las estaciones fascistas están controladas por matones racistas y violentos…
Finalmente está la Polis, último reducto de la civilización y el conocimiento, donde se paga generosamente a los osados stalkers que se atreven a subir a la superficie en busca de libros y otros tesoros.

Hay también fanáticos grupos religiosos de toda clase, saqueadores y asesinos, estaciones abandonadas sumidas en la miseria y la oscuridad, túneles donde suceden fenómenos inexplicables y en las que la muerte acecha.
«Todo ser humano tenía que andar a tientas por ese túnel, desde la estación Nacimiento hasta la estación Muerte».
En cierto modo, el viaje de Artyom a la Polis recuerda un poco a la Odisea de Homero. El héroe sufre todo tipo de contratiempos y en más de una ocasión está a punto de perder la vida, pero siempre consigue salir adelante y continuar.
Aunque la acción y el misterio son la gasolina que impulsa a esta novela, no lo son menos la nostalgia por el mundo desaparecido («¡Dios, qué espléndido mundo arruinamos!») y el instinto de supervivencia de los personajes, en ocasiones ilusionados y en otras angustiados. Ante semejante panorama, con un presente oscuro y un futuro incierto, donde luchar apenas sirve de algo, caer en la desesperanza es fácil:
«El poeta se equivocaba. Las gestas heroicas no perduraban. Nada perduraba».

Tampoco es una obra de ciencia ficción en sentido estricto. Por ejemplo: es imposible que los terroríficos animales que pueblan el mundo exterior hayan surgido como champiñones después de un par de décadas de radiactividad.
«Deformes y peligrosas criaturas que habrían arrastrado a la desesperación al propio Darwin, porque no había manera de hacerlas encajar en las leyes de la evolución».
Glukhovsky lo explica en una entrevista: «no es una novela de un sólo género: hay ciencia ficción, pero también terror, fantasía y aventuras».
La narración, que discurre siempre a través de Artyom y su relato en primera persona, es ágil y entretenida. Pese a su extensión, Metro 2033 es un libro en el que todo el tiempo pasan cosas y la tensión se mantiene constante. El final, inesperado, deja la puerta abierta a la continuación, aunque es posible que en la segunda entrega (titulada Metro 2034) la historia decaiga pues ya no habrá factor sorpresa, es decir, el original planteamiento de esta primera parte.
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Una de las mejores reseñas que he leído últimamente. Este libro lo tengo pendiente desde siempre, pero has conseguido suscitar mi interés por él. Sigue así. ¡Un saludo!
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Gracias por tu amable comentario. Ya me contarás tus impresiones cuando lo leas.
¡Saludos!
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Thanks ffor a great read
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