territorio comanche

TERRITORIO COMANCHE, Arturo Pérez-Reverte

Aunque su carrera literaria había empezado unos años antes, Arturo Pérez-Reverte no se dedicó plenamente al oficio de escritor hasta su salida con cajas destempladas de TVE en el año 1994. Ha pasado a la historia aquella mítica carta de dimisión en la que se despedía del director del ente público con esta lapidaria frase: «Que os den morcilla, Ramón. A ti y a Jordi García Candau».*

Ese mismo año publicó Territorio Comanche (1994), donde el autor repasa sus vivencias como corresponsal de guerra en el conflicto de Yugoslavia. Es un libro de memorias, pero también un ajuste de cuentas con algunos de sus jefes y colegas de profesión.

Aunque en el libro es un tal Barlés en narrador en primera persona, parece claro que ese no es otro que el propio Pérez-Reverte. Junto a él, inseparable, el cámara José Luis Márquez, a quien por cierto se le dedica la obra. Durante toda la historia, Márquez se muestra obsesionado por grabar en directo la demolición de un puente (el de la localidad de Bijelo Polje), incluso si ello supone poner su vida en peligro.

«Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de sus pasos sobre los cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando».

No existe un argumento en sí, más bien el libro se limita a recopilar una serie de anécdotas y vivencias del autor en el corazón de Bosnia en el momento más caliente de la guerra. El paisaje de fondo no es otro que el del miedo y el horror, pero también hay espacio para la reflexión, la humanidad e incluso para el humor, por muy negro que este sea.

Márquez y Pérez-Reverte en una imagen de los años 90

Pero por encima de todo Territorio Comanche es una reivindicación de la figura del reportero de guerra. Esos «enviados especiales» y fotógrafos que se meten sin ningún reparo hasta la boca del lobo para contar todo lo que ven, sin filtros. Show and tell, como dicen los americanos. Juzgar es el trabajo de otros. Puede que se trate de un oficio en vías de extinción. Eso, al menos, es lo que denuncia el autor, renegando de esos compañeros suyos que siempre están listos para la foto y la pose heroica, pero que en realidad no se alejan de las comodidades y la seguridad del hotel.

«Ya voy estando mayor para esto, se dijo. Es mejor ser joven, creer en buenos y malos, tener sólidas piernas, sentirse protagonista implicado y no simple testigo. A partir de los cuarenta, en este oficio te vuelves condenadamente viejo».

A pesar de estar curtido ya en conflictos bélicos, no cabe duda que la Guerra de Yugoslavia dejó en el autor una marca indeleble. De hecho, regresaría a este tema años más tarde una peculiar novela, El pintor de batallas (2006). Allí ahonda en esa amalgama de sensaciones que nos llegan al leer Territorio Comanche: una mezcla de rabia, tristeza y resignación que inevitablemente nace del hecho de enfrentarse cara a cara con lo peor del ser humano.

En resumen, este es un libro breve, interesante y descarnado. Una lectura siempre recomendable.

(*) Ramón Colom, entonces director de RTVE y Julián García Candau, director de Televisión Española.

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