Cuando comencé a leer Evasión del Campo 14 (2012), de Blaine Harden, esperaba encontrarme con un testimonio parecido (salvando las distancias) al de Archipiélago Gulag o Si esto es un hombre, y ciertamente hallé grandes similitudes, aunque también grandes diferencias. Y no precisamente para mejor.
Vaya por delante que todo lo que se cuenta en Evasión del campo 14 es estremecedor, sobre todo porque se trata de una historia real: la de Shin Dong-hyuk, nacido en un campo de prisioneros en Corea del Norte, una de esas cárceles donde van a parar los llamados «traidores y enemigos del pueblo» del régimen comunista de Pyongyang.
El relato de su infancia se resume en unas pocas palabras: hambre, torturas y esclavitud. Más allá de la valla electrificada del campo no existe nada. Los que malviven dentro sólo aspiran a no morir de inanición y a escapar de los golpes y las vejaciones de sus guardianes. Comen cualquier cosa que encuentran (las ratas son una delicatessen muy apreciada), se roban unos a otros sus míseras pertenencias y recurren sistemáticamente a la delación para obtener algún exiguo beneficio por parte de sus despiadados carceleros. En el campo 14 no existen valores morales más allá del objetivo de sobrevivir un día más.
El propio Shin llega a informar a los guardias acerca de los planes de fuga de su madre y su hermano y no derrama ni una sola lágrima cuando le toca presenciar su ejecución. Ser un buen chivato hará que le asignen como compañero a Park, un antiguo pez gordo del Partido que ha caído en desgracia. Shin debe informar regularmente a las autoridades del campo sobre todo lo que haga o diga Park. Sin embargo, las cosas no saldrán como estaban previstas.
Para Shin, Park es una especie de alien que viene de otro mundo, alguien que, en voz baja y lejos de los oídos de los guardias, le explica cosas maravillosas sobre las que él jamás ha oído hablar, que se atreve a criticar a Kim Jong-Un y su régimen despótico y que, por encima de todo, le dibuja un mundo fascinante lleno de toda clase de manjares, variados y abundantes. Un mundo que se encuentra al otro lado de la valla. Puede parecer gracioso, pero en realidad es terrible:
«En la mente de Shin, la libertad sólo era otra forma de decir carne a la parrilla«
Shin no sólo no delata a Park, sino que colabora con él para diseñar un plan de fuga. El joven aprende a soñar con la libertad, un concepto desconocido para él hasta entonces. La historia completa, que se prolonga más allá de los años en el campo y la posterior fuga, es sencillamente sobrecogedora. Un testimonio -otro más- de lo peor del ser humano y de la abyección sin límites de los regímenes totalitarios que, en nombre de una idea o de una utopía, aplastan al individuo y perpetran toda clase de crímenes.
Corea del Norte y Orwell
Decía al principio que había notables diferencias entre Evasión del campo 14 y el testimonio del horror nazi contado por Primo Levi (o el del infierno del gulag soviético explicado por Solzhenytsin). No se trata de medir y comparar la brutalidad y la maldad de los regímenes totalitarios, nazis o comunistas, igualmente repugnantes. De hecho, si se trata de establecer categorías, podríamos indignarnos más con la historia de Shin, pues nos cuenta algo que aún hoy sigue sucediendo en Corea del Norte.

Las razones para poner este libro unos cuantos escalones por debajo de, por ejemplo, Archipiélago Gulag, son varias. Para empezar, no se trata de un relato en primera persona: es Blaine Harden quien recoge y escribe la historia de Shin, añadiendo muchos datos interesantes sobre el funcionamiento del régimen norcoreano, pero también deslizando opiniones personales no necesariamente compartidas por el protagonista de la historia. Esto, sumado a largos párrafos de datos y estadísticas metidas con calzador en la narración, hace que el testimonio pierda mucha fuerza.
Curiosamente, sí resulta más cercana la comparación entre el régimen que se describe en este libro y la fantástica novela 1984 de George Orwell. Ni en sus peores pesadillas el escritor británico habría podido imaginar que podría llegar a existir un régimen totalitario tan parecido como el que dibuja en su inmortal obra (uno de mis libros favoritos, por cierto, para el que preparo una extensa reseña).
Si existe alguna cosa en el mundo real a la que se le pueda adjudicar el adjetivo orwelliano, esa es sin duda la dictadura hereditaria y siniestra que gobierna en Corea del Norte desde hace más de medio siglo.
En todo caso, hay que valorar Evasion del campo 14 como una denuncia a este régimen atroz e inhumano. Una lectura que tal vez sirva para abrir los ojos a los que todavía repiten eso de que «todas las ideologías son respetables» o que «existen dictaduras buenas o al menos no tan malas como otras».
Sospechas sobre la veracidad
En 2015, después de que se vendieran decenas de miles de ejemplares de Escape from Camp 14, una sombra de sospecha se cernió de repente sobre la historia. Para sorpresa de todos, Shin Dong-hyuk reconoció en público que algunos de los datos que se detallaban en el libro eran falsos.

¡Menuda bomba! Me imagino la cara de Harden cuando se enteró. Preguntado sobre la cuestión, el periodista alegó que «obviamente, no hay ninguna manera de confirmar lo que él estaba diciendo. Shin era la única fuente de información disponible sobre su infancia».
En todo caso, hay que hacer constar que las informaciones falsas a las que aludía el protagonista no se refieren a la terrible realidad de las condiciones de vida en los campos de trabajo norcoreanos, sino a detalles de la vida personal del propio Shin, que él omitió o modificó para preservar su imagen pública. De hecho, en la primera versión de su relato no contó a nadie que había delatado a su propia madre y que por ello la mujer había acabado siendo fusilada. Por pura vergüenza. Hay que ponerse en su piel para entenderlo:
«Y a pesar de todo, Shin no cayó nunca en la desesperanza total. No tenía sueños que perder, ni un pasado que añorar. Ni siquiera tenía un orgullo que defender. No le parecía degradante sorber la sopa que caía al suelo, no sentía vergüenza al arrodillarse a implorar el perdón de un guardia, no tenía problemas de conciencia a la hora de traicionar a un amigo a cambio de comida. Se trataba sólo de habilidades para sobrevivir, no de motivos para suicidarse».
Y es que fue el contacto con el mundo exterior y su paulatina comprensión lo que hizo que Shin empezara a adquirir algunos conceptos morales que no existían en el mundo del que provenía. Como él mismo explica en una entrevista: «poco a poco estoy evolucionado desde animal a ser humano». ¿Cómo juzgar a una persona que ha pasado por todo esto?
«Durante todos los años que pasó en el campo nunca escuchó pronunciar, ni siquiera una vez, la palabra amor.»
Al gobierno norcoreano, que niega la existencia de campos de trabajo y de presos políticos, pasos en falso como el de Shin Dong-hyuk le vienen de perlas. Sin embargo, son tantos y tan prolijos los testimonios que no tiene sentido poner en duda esta dura realidad: el de la activista proderechos humanos Lee Soon-ok, el del periodista Kang Chol-hwan o el del antiguo guarda Ahn Myong-chol son algunos de ellos.
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No me parece un mal libro y viene bien para conocer de Corea sin embargo en lo argumental me dejo a medias , no es malo pero no me pareció gran cosa prefiero mucho más los libros sobre campos soviéticos y nazis
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Sí, estoy de acuerdo. Tal vez fue un error esperar encontrarme con la versión coreana de Archipiélago Gulag. Demasiadas expectativas.
Gracias por tu comentario.
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La mercadotecnia a veces tiene esas cosas , para cualquier cosa más allá de comentarios y demás, aquí estamos . Un saludo
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Gracias por la descripción Daniel,
A mí si me ha parece una lectura muy interesante . Ya conocemos todos los mecanismos y atrocidades del sistema comunista pero este libro parece que aporta algo más, al menos a mí personalmente.
Un saludo.
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Gracias a ti por tu comentario.
Por supuesto es una lectura interesante, cualquier testimonio «no oficial» de lo que sucede en Corea del Norte lo es.
Por lo que escribes creo que seguramente coincidimos en nuestra visión de lo que es el comunismo una vez despojado de todo el marketing con el que muchos insisten en adornarlo.
Un saludo,
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