Le tengo dicho a mi cuñado que se deje de «Juego de Tronos». Que si quiere descubrir historias apasionantes de luchas de poder, guerras y traiciones, mejor la realidad que la ficción. Basta con hojear algún libro sobre la historia de Roma, en especial alguno que trate sobre la época tardorrepublicana y los inicios del Imperio.

Otra opción, más adecuada para quienes consideran los manuales de historia demasiado arduos, es recurrir a alguna novela histórica de calidad. El primer hombre de Roma (1990), de Colleen McCullough, sería una excelente elección.

Esta fue la primera de una serie de siete novelas llamada «Señores de Roma» que abarca todo el siglo I a.C., un intenso periodo histórico lleno de sucesos interesantes y del que los historiadores disponen de abundante información.

Esta gran escritora australiana falleció en 2015, así que jamás sabremos si tenía previsto continuar la saga y atreverse con los primeros emperadores. En cualquier caso, no cabe duda de que nos dejó un precioso legado literario para disfrutar.

Cayo Mario

El relato central de El primer hombre de Roma es el del encuentro de dos grandes personajes históricos: Cayo Mario, el viejo soldado que reformó y modernizó el Ejército romano, y Lucio Cornelio Sila, astuto y ambicioso patricio, un hombre dotado de un talento político excepcional y totalmente desprovisto de escrúpulos. Dos hombres que forjarían una gran amistad pero que acabarían enfrentados entre ellos más adelante, como se explica en el siguiente volumen de la serie: La corona de hierba (1991).

Pero son muchos más los personajes que aparecen en esta suerte de culebrón histórico, ya sea interviniendo puntualmente o bien llegando a acaparar el protagonismo durante algunos fragmentos más o menos largos de la narración. Hombres que han pasado a la historia, pero también mujeres. Y es que, si hay algo que diferencia a McCullough de otros escritores de éxito especializados en novela histórihttps://twitter.com/ca, es la forma y el detalle con  los que perfila las personalidades femeninas.

Para ayudar al lector a no perderse en esta maraña de nombres y fechas, la autora añade un detallado glosario, varias ilustraciones y algunos mapas realizados por ella misma.

He escrito antes «culebrón» y ahora me doy cuenta de que usando este término puede parecer que trato de restarle importancia o seriedad a la novela. Nada más lejos de mis intenciones: todo cuanto se cuenta en El Primer Hombre de Roma es verídico, auténtica historia novelada, la crónica de una época de la historia romana en la que la República se enfrentaba a grandes desafíos bélicos como la Guerra de Yugurta o la invasión de los cimbrios, al tiempo que sufría grandes convulsiones sociales.

Por poner algún pero, hay que decir que se trata de un «tocho» de mil páginas, lo cual puede resultar disuasorio para muchos lectores, y también que la novela tiene algunos pasajes de digestión lenta, como las largas y monótonas epístolas que intercambian algunos de los personajes. Pero esto no debería restarle nada de brillo a una novela magnífica.

Lo que buscan normalmente los aficionados a la novela histórica es un relato entretenido pero con absoluto rigor histórico. Una receta que parece muy sencilla pero que a veces es difícil de conseguir. McCullough logra este objetivo con creces en esta novela, aunque se permite alguna que otra licencia (como el personaje inventado de Julilla, la hija pequeña de la familia César y primera esposa de Sila), pero una licencia histórica no es lo mismo que un error. Sólo son «cosas de novelistas».

En realidad, yo me atrevo a decir que El Primer Hombre de Roma es ante todo una gran lección de historia, una narración que entusiasmará a los apasionados de la antigua Roma y a los aficionados a la historia antigua. Así fue, por lo menos, en mi caso.

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