¿Qué puede empujar a una mujer joven a decidir pasar un invierno entero en las heladas e inhóspitas tierras de la isla de Spitsbergen, en el corazón del Ártico?
Las respuestas podían ser varias, pero la razón número uno es sin duda la pasión por la aventura. Una aventura que roza la temeridad si tenemos en cuenta que estamos en el año 1934, sin la ayuda de la tecnología actual.
Christiane Ritter y su esposo Hermann hicieron realidad su sueño, pasando un año de sus vidas junto a un cazador de pieles noruego, el bueno de Karl, en una cabaña primitiva, desafiando a la naturaleza y experimentando sensaciones imposibles de vivir en su civilizada Austria natal.
La experiencia fue recogida con bellísimas palabras por ella misma, dando como resultado uno de los libros de viajes más hermosos jamás escritos sobre el mundo helado y salvaje del Ártico: Una mujer en la noche polar (1938).

En Eine Frau erlebt die Polarnacht, Ritter describe sus experiencias al detalle. Aislada del mundo y sin las «comodidades» de las que sí disfrutan los aventureros de hoy, pasa gran parte del tiempo sola, mientras los hombres están fuera, cazando.
«El paisaje es desolado. No hay ni un árbol, ni un arbusto; todo es gris, desnudo y pedregoso. Un mar de roca, una llanura infinita».
La noche polar se prolonga durante 132 jornadas en las que Ritter debe afrontar toda clase de peligros, incluidas tormentas salvajes:
«Ante una tormenta ártica de estas proporciones, uno se convierte de nuevo en una persona primitiva, pequeña y cargada de presentimientos».

También hay momentos de miedo en los que el desánimo se apodera de ella, haciéndola caer en pensamientos negativos y absurdos. ¿Y si el sol no vuelve a salir nunca más? ¿Y si la noche se ha apoderado del mundo para siempre?
Por otra parte, una vez superados los momentos más críticos, el aislamiento en esas tierras remotas le permite experimentar la belleza de la aurora boreal y de una naturaleza salvaje y solitaria.
«Qué diferentes son las experiencias en el Ártico. Puedes matar y comer, puedes contar y medir, puedes volverte loco por la soledad y el horror, pero también puedes enloquecer de entusiasmo por su exceso de belleza. Seguramente nunca experimentarás algo diferente en el Ártico que no hayas traído tú mismo.»
Christiane Ritter cuenta su año en Spitsbergen, en el archipiélago de Svalbard, con un lenguaje muy visual. Con ella, el lector también aprende a abrir los ojos y ver las cosas de otra manera. Recomiendo su lectura a todos los que sienten fascinación por los paisajes helados, mejor en un día de invierno, y siempre con una bebida caliente en la mano.
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