Tenía otro libro preparado para la que debía ser mi reseña número 150 en este blog (¡cómo pasa el tiempo!), pero resulta que hace unos días falleció el escritor francés Jean Raspail y tuve que cambiar de planes.
Así que la reseña de hoy es la de uno de los libros que más me han impresionado en esta vida: El desembarco (1973), cuyo título original es bien diferente: Le Camp des saints.
Me impresionó por su fuerza narrativa pero sobre todo porque se trataba de una novela apocalíptica y profética que en ocasiones coloca al lector (al menos a mí me sucedió) en una incómoda posición ante los sucesos narrados.
Brevemente, el argumento consiste en lo siguiente: cuando el gobierno belga decide dar vía libre a las parejas para la adopción de niños pobres de la India, provoca de inmediato la avalancha de padres indios que quieren entregar sus hijos en la embajada de este país en Calcuta.
La situación se descontrola rápidamente y un gurú indio (el «niño-monstruo») organiza una demencial flota cuyo objetivo es desembarcar en las playas de la Costa Azul, en la lejana Francia. Miles de embarcaciones de todo tipo saturadas de gente pobre y desesperada se lanza a mar abierto, rumbo a la tierra prometida.
Al decir «la incómoda posición del lector» me refería a esto: de entrada, se empatiza con el débil, el emigrante, el pobre. Sin embargo, a medida que la flota avanza (atravesando toda clase de peripecias) y se acerca al Mediterráneo, esta percepción inicial cambia.
Se trata al fin y al cabo de un caso extremo de inmigración masiva y descontrolada, un movimiento que romperá el equilibrio del mundo y colocará a la sociedad occidental ante una tesitura imposible de manejar. ¿Cómo se debe gestionar la cuestión respetando los derechos de las personas y al mismo tiempo sin poner en riesgo la seguridad nacional?
«Dos campamentos se enfrentan entre sí. Uno cree en los milagros, el otro ya no cree en nada. El que levantará las montañas es el que ha mantenido la fe. Vencerá. En el otro, la duda mortal ha destruido todo. Será derrotado.«
Las escenas descritas por Jean Raspail en suelo indio y durante la travesía son dantescas. Una pesadilla de cuerpos hacinados y episodios de repulsiva depravación, con ese interminable reguero de cadáveres que la flota va dejando a su paso por el océano, la miseria más absoluta y la abyección más repugnante. Un descenso a los infiernos que de repente nos hace sentir un profundo rechazo hacia los desesperados emigrantes.
No niego que muchas frases que aparecen en el libro se saltan claramente las reglas de lo políticamente correcto, pero en realidad las críticas más feroces de Raspail no van dirigidas hacia los emigrantes, sino hacia las naciones occidentales, incapaces de actuar coordinadamente ante un evento de tal magnitud como ese. Hay todo tipo de reacciones delirantes, como la de los sudafricanos, dispuestos a bombardear los barcos si se acercan demasiado a sus costas, o el brindis al sol de la ONU, con la idea de crear una «nación flotante» mantenida por todos los países, a fin de que la flota permanezca sine die en alta mar.
En Francia, donde transcurre buena parte de la acción, la sociedad se debate entre las tesis de los buenistas, que apuestan por acoger a todos los recién llegados sin tomar ninguna medida y sin calibrar las consecuencias (ellos acaban siendo las víctimas de sus propios deseos), y las de los partidarios de defenderse de la «invasión» con las armas, que también demostrarán ser unos perfectos inútiles.
«Los barcos se vaciaron por todos lados como una bañera desbordante. El Tercer Mundo estaba goteando y Occidente sirvió como alcantarilla».
Políticos, periodistas, militares, ONGs… Todo el mundo queda a la altura del betún en tales circunstancias. El vitriólico Raspail los pasa a todos por la quilla, sin ninguna compasión.
¿Un libro racista?
Como no podía ser de otro modo, al autor rápidamente le colocaron la etiqueta de «racista» después de la publicación de El Desembarco y de nuevo años después, en 2011, cuando de manera sorprendente el libro volvió a colocarse como uno de los más vendidos en Francia (yo lo leí en esa época).
Las principales acusaciones contra el autor son las de representar a los indios de la flota desesperada como una masa maloliente y deshumanizada, así como de tratar de asustar a los lectores blancos occidentales con falsos estereotipos y prejuicios sobre otras culturas. El hecho de que la propia Marine Le Pen alabara la novela tras su reedición no ayudó mucho a frenar estas críticas. Seguramente ella tampoco entendió el libro, o como los otros ignoró deliberadamente pasajes como este:
«Porque no es una tormenta, es la vida la que triunfa. Ya no hay un Tercer Mundo, esta es una palabra que inventaste para mantener tu distancia. Está el mundo entero, y ese mundo estará sumergido por la vida».
Por eso, una vez más, estoy en desacuerdo con todos esos guardianes de la moral que lanzan sus homilías en las tertulias o desde sus columnas de prensa. Una vez más, estoy seguro de que la mayoría de ellos ni siquiera ha leído el libro, o como mucho se han quedado con algunos fragmentos sueltos y descontextualizados.

A ellos les digo: la crítica de Raspail no va dirigida contra el Tercer Mundo ni contra las «otras razas», sino que señala la hipocresía de Occidente. En las páginas de Le camp des saints, el autor nos advierte tanto de la estrechez de miras y la inutilidad de los métodos extremos de los anti-inmigración como de la estupidez suicida de los pro-imigración.
Cuando esta novela fue escrita aún nadie podía imaginar que este fenómeno se iba a convertir en uno de los grandes problemas que las sociedades occidentales tendrían que acabar afrontando décadas después. Raspail fue un visionario y los hechos, por desgracia, han acabado dándole la razón.
…
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Coincido: un libro impresionante, de los que le marcan a uno.
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Así es. Gracias por comentar.
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