EL HOMBRE DEL REVÉS, Fred Vargas

«Como tizones, hijo. Como tizones son los ojos del lobo en la noche».

En muchas sagas policiacas literarias, la segunda entrega es a veces mejor que la primera. Al menos en la serie del comisario Adamsberg esto se cumple: El hombre del revés (1999), de Fred Vargas es una novela muy superior a El hombre de los círculos azules, que ya reseñe en este blog meses atrás. Superior y extraña al mismo tiempo.

La acción se sitúa en un apacible pueblo de montaña de la región del Mercantour, en los Alpes franceses. Allí los lobos, que se han asentado en la zona tras cruzar la frontera, están causando estragos en los rebaños, degollando ovejas y sembrando el caos.

En todo caso, se trata de un animal temible de fauces enormes, más grandes y destructivas que la de un lobo cualquiera. La inquietud inicial se transforma en terror cuando el «lobo» empieza a asesinar también a seres humanos.

¿Un hombre lobo?

La idea de que la comunidad se enfrenta a nada menos que un hombre lobo empieza a tomar forma. Los viejos pastores del lugar, como el Veloso, creen en ese mito: el licántropo tiene aspecto humano de día, pero en realidad el pelo de lobo está bajo su piel, de ahí que le conozcan como «el hombre del revés».

«La ignorancia es la causa de las ideas más insensata

Por supuesto casi nadie cree que semejante locura sea cierta, pero todas las miradas acusadoras se clavan en Massart, un solitario y hosco ermitaño odiado por todo el mundo que vive solo en una cabaña del Monte Vence. Hombre lobo o no, tiene que ser el culpable. El hecho de que desaparezca sin dejar rastro es para muchos poco menos que una confesión de sus crímenes. ¿Por qué otra razón habría huido?

«No trata de empezar una nueva vida, como cualquier fulano huido. Se ha salido de la vida. Se salió el día en que entró en la noche»

En L’homme à l’envers, como en casi todas las novelas de Fred Vargas, los personajes que aparecen son de lo más extravagante. Así, el grupo que se lanza a la caza del asesino por las carreteras del Mercantour en un viejo camión de ganado no pueden ser más extraños: Camille, el Veloso y Soliman. Quieren dar caza a Massart para hacerle pagar por el asesinato de su querida Suzanne.

Otra rareza de El hombre del revés es que el comisario Adamsberg no aparece hasta el último tercio de la novela. No está claro si viaja desde París a la montaña huyendo de una amenaza, atraído por la peculiaridad del caso o con la idea de «recuperar» a Camille, ahora en brazos de un fornido y guapo canadiense que estudia a los lobos en su hábitat natural. O por los tres motivos a la vez.

Este hecho, en mi opinión, resulta un poco desequilibrante para la narración. Es como si la introducción se hubiera dilatado en exceso (e innecesariamente), lo cual tiene como consecuencia un desenlace demasiado precipitado. Pero probablemente la autora lo hizo así intencionadamente.

En todo caso, esta lectura me ha parecido mucho más entretenida que la del primer título de la serie. Es una historia atípica con personajes atípicos, pero fácil de leer y con bastantes momentos que arrancan la sonrisa del lector.

Por último, debo señalar algo (no sé si es bueno o malo). A mitad de la novela yo ya deduje quién era el asesino. Y eso que no soy un tipo especialmente listo.

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