La décima novela de la Serie Montalbano (Ardores de agosto, 2006) nos traslada a un escenario que aleja a nuestro comisario de su hábitat natural de baños matutinos en Marinella, crímenes truculentos y homenajes gastronómicos. En esta ocasión, Salvo Montalbano se ve obligado a ejercer de casero. En concreto, de improvisado gestor de viviendas vacacionales.
La culpable es, cómo no, Livia. Es ella la que consigue convencerle para que busque una casa en la zona para unos amigos genoveses (una pareja con un niño pequeño) que quieren disfrutar de Sicilia en en Ferragosto italiano, la semana del 15 de agosto. Montalbano parece encontrar el lugar perfecto: una preciosa villa en medio del campo. Pero los problemas no tardarán en llegar.
En el tercer día de vacaciones de la familia genovesa, la casa sufre una invasión de cucarachas. Montalbano se ve obligado a llamar a una empresa de desinfección. Pero dos días después se produce una nueva invasión en la casa, esta vez de ratones. Y tras la segunda visita de los de control de plagas, llega aún una nueva y desagradable sorpresa: un ejército de arañas tomando posesión de la cocina.
Mientras el comisario se afana por resolver todas estas incomodidades (y de paso soportar los reproches de Livia), se produce un incdente bastante más serio e inquietante: la desaparición del niño y su gato, Ruggero. En este punto la novela, que hasta ese momento se desarrolla por los cauces de la comedia, se convierte en un relato misterioso con tintes trágicos.

La búsqueda del pequeño desembocará en un hallazgo macabro y absolutamente inesperado en los alrededores de la casa. Para la pequeña familia, las vacaciones se han terminado. Montalbano puede retornar a su rutina habitual.
Ardores, pero no sólo de agosto
El calor asfixiante del agosto siciliano es un personaje más en esta historia, omnipresente, molesto e insoslayable. Sin embargo, el título original en italiano (La vampa d’agosto) encierra un significado adicional que queda patente en la novela.
Vampa se puede traducir como ardor, fuego, llama… Y puede hacer referencia también al deseo sexual. En la historia que nos ocupa, el objeto de deseo de nuestro inspector no será su novia Livia, sino otra mujer relacionada con el sinestro caso que deberá investigar. Precisamente esos son los inciertos territorios psicológicos y morales, verdaderas arenas movedizas, donde las novelas de Camilleri, aparentemente simples y sin pretensiones, adquieren una dimensión enorme.
Es Adriana la mujer que va a conducir a Montalbano, cada vez más maduro e inseguro, a la locura. En esta novela vemos a nuestro comisario enfrentándose a la derrota profesional y sentimental como nunca antes le habíamos visto.
«Se desvistió en el baño y tuvo la impresión de estar en forma (…) Sabía que Mimi guardaba en un cajón un frasco de perfume. Lo encontró, lo aprobó. Se llamaba «Irresistible». Desenroscó el tapón pensando que la botella tenía un dosificador y acabó derramando la mitad de su contenido sobre su camisa. ¿Qué hacer ahora? ¿Retirarse? No, tal vez al aire libre el perfume se evaporase. ¿Y si llevara el ventilador a la cita? Decidió no hacerlo. Ciertamente se habría visto ridículo a los ojos de Adriana con un abanico en la mano y perfumado como una fulana».
Montalbano es tan genuinamente humano que obliga al lector a empatizar con él. Por encima de todo está su sentido del deber y su instinto policiaco, pero en el otro lado de la balanza están sus debilidades (en ellas hay que incluir la gula, el mal humor e incluso un punto de pereza).
Tengo que recomendar esta novela a los amantes del género, aunque tambien es justo reconocer mi condición de rendido admirador de Camilleri, lo cual hace que cualquier opinión mía sobre sus obras sea siempre indisimuladamente subjetiva.
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