mozambique libro

MOÇAMBIQUE, Ricardo Martínez Llorca

Hay muchas clases de libros de viajes. Algunos son analíticos y exhaustivos, ofreciéndonos impagables lecciones de geografía e historia; otros son más sensibles y personales, poniendo el punto de mira en aspectos más humanos. En esta segunda categoría habría que incluir a Moçambique (2023), de Ricardo Martínez Llorca, editado por Villa de Indianos y que ha llegado a mis manos gracias a Masa Crítica de Babelio.

El autor recoge en esta pequeña obra algunas de sus vivencias en Mozambique, uno de los países más pobres de África, al que fue a parar a través de un proyecto humanitario. Un viaje que, según se desprende de las páginas de ese libro, dejó una profunda huella en él. Y eso es digno de reseñar, pues no estamos hablando del típico turista occidental jugando a ser un intrépido aventurero, sino de un viajero experimentado, acostumbrado a recorrer el mundo con lo puesto, ligero de equipaje y con todos los sentidos en alerta.

Cada capítulo viene acompañado de una fotografía tomada por el mismo autor (me he atrevido a ilustrar esta entrada con algunas de ellas), así como de una cita de El oficio de vivir, de Cesare Pavese. Algunos relatan pequeñas historias cotidianas, en ocasiones apenas insinuadas; otros nos cuentan anécdotas que se mueven en esa tenue frontera que separa la comedia del drama. Postales de un paisaje desolado, pero extrañamente vivo.

En Moçambique, la mirada del autor se posa en las personas. Obviamente, en el fondo de cada escena están las cicatrices de la guerra, el pasado colonial, La pobreza, el SIDA, el subdesarrollo… Ya hay otros libros que tratan estas cuestiones sociales, políticas e históricas. Ricardo Martínez Llorca se detiene en lo estrictamente humano: la prostituta triste, el antiguo minero metido a pescador, los niños que recogen conchas en la playa, el funcionario corrupto…

Una cosa que me ha gustado especialmente de esta lectura es que no contiene juicios morales ni enseñanzas. Rectifico: sí los hay, pero no están a la vista. Es el lector quien debe encontrarlos por su cuenta. El autor se limita a describir lo que ve y a contar sus sensaciones, evitando convertirse en el protagonista del relato (ese pecado narcisista en el que muchos escritores-viajeros caen a menudo).

En definitiva, una pequeña joya de la que he disfrutado mucho y que ya ocupa un lugar en mi estantería «africana» junto a los libros de Ryszard Kapuscinski y Javier Reverte.

Deja un comentario