HERGÉ HIJO DE TINTÍN, Benoît Peeters

9788494169199.jpgHergé el racista, el infiel, el ególatra, el traidor, el misógino, el explotador… Ya no recuerdo cuántas cosas negativas he llegado a leer y escuchar acerca del popular dibujante belga, el creador de Tintín.

Así es, amigos: nos ha tocado vivir en los tiempos del oscuro reinado de la corrección política, una dictadura invisible que, entre otras muchas cosas, se manifiesta en la necesidad de ensuciar y arrastrar por el suelo todo lo que no se ajuste a los cada vez más estrechos márgenes de lo que se ha decretado como aceptable o correcto.

Hergé, que desde luego no fue un santo, ha sido castigado con especial dureza por los apóstoles de esta nueva religión. Por suerte, existen libros como Hergé, hijo de Tintín (2002), de Benoît Peeters, para poner las cosas en su sitio.

Hay que decir que Peeters es uno de los grandes especialistas mundiales sobre el cómic franco-belga y la línea clara, la llamada Escuela de Bruselas. Es también autor de Le Monde d’Hergé, un magnífico análisis de la obra del artista publicada poco después de su muerte, en 1983.

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La infancia de Hergé, las influencias familiares, sus primeros pinitos como dibujante en Le Petit Vingtième y el nacimiento del personaje de Tintín protagonizan las primeras páginas del libro, centrado en todo momento en los aspectos biográficos e íntimos del autor, sólo recurriendo a su inmortal creación, Tintín y su universo, cuando no queda más remedio. Un esfuerzo loable por parte de Peeters de separar el artista de su obra, una empresa bastante difícil en este caso.

A mí en particular, la lectura de esta biografía me sirvió para descubrir algunos aspectos desconocidos de Hergé como artista. Haciendo buena la famosa frase de Picasso («No creo en las musas…, pero si llegan que me pillen trabajando«), el autor de Tintín es representado como un incansable trabajador consagrado a su obra y a su negocio, aunque consciente de sus limitaciones.

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En sus últimos años, convertido en coleccionista de arte, se lamenta de no poseer el talento suficiente para brillar fuera del mundo de la bande dessinée. ¡Si al propio Hergé el mundo de las viñetas le parecía un arte menor, qué podemos esperar de los intelectualoides que sistemáticamente desprecian el cómic!

Los claroscuros de Hergé

Especialmente interesantes son los capítulos relativos a la ocupación alemana de Bélgica y la postguerra. Hergé fue acusado de colaboracionista y de filonazi por sus detractores. La cuestión es más sencilla: el dibujante se vio ante el dilema de quedarse sin su medio de vida o bien seguir trabajando en el periódico Le Soir, ahora dirigido por los nazis, donde se lanzaban titulares terribles contra los judíos y se publicaban transcripciones los discursos del Führer. En este sentido, Peeters intenta ser lo más objetivo posible:

«No pretendo exculpar a Hergé, pero tampoco quiero reabrir los juicios de la Purga a base de anacronismos y anatemas.»

Lo cierto es que, ya fuera por encargo o por iniciativa propia, en esa época aparecen ilustraciones de Hergé donde los judíos son caricaturizados con todos los atributos peyorativos difundidos en la Alemania nazi.

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Fragmento de La Estrella Misteriosa (1942). En las ediciones posteriores se eliminó la segunda viñeta y la imagen de los judíos desapareció de la primera.

Pero Peeters sale de nuevo al rescate:

«Hergé es muy permeable a las influencias, a menudo a las mejores, pero en ciertas ocasiones también a las peores…»

El 3 de septiembre de 1944, tras la liberación de Bélgica, Hergé es arrestado, interrogado y encerrado en una celda junto a otros colaboracionistas. Es la Purga, que lleva a algunos de sus amigos al patíbulo o a la prisión. Él se libra, pero queda marcado. Sólo a finales de 1946 se le levanta el castigo y podrá volver a dibujar y a publicar. Precisamente en ese momento se iniciará la edad dorada de los álbumes de Tintín.

Curiosamente, estos serán también los años de la gran crisis personal de Hergé, sus problemas de salud y su infidelidad a Germaine, la que había sido su esposa durante veinticinco años (y que cambió por una más joven Fanny). Peeters tampoco esconde ninguno de los aspectos poco admirables de su carácter: su obsesión perfeccionista, su vanidad profesional, sus modales no siempre ejemplares…

Hergé después de Hergé

Especialmente interesante es el último capítulo, titulado Hergé después de Hergé, donde entre otras cosas se aborda el espinoso asunto de la herencia del artista y la decisión de la viuda de no continuar con la serie de Las Aventuras de Tintin.

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Y del final del libro volvemos al punto de partida de este post: la asfixiante corrección política de nuestros días. Más de dos décadas después de la muerte de Hergé, el abogado británico de derechos humanos David Enright solicitó formalmente a las librerías del Reino Unido que eliminasen de sus estanterías Tintin en el Congo, obra tachada de racista y que describía a los congoleños como «monos que hablan como imbéciles» (sic). En mi opinión, una ridiculez. Si aplicásemos este criterio a todo habría que eliminar el 90% de la producción literaria del ser humano, hacer una pira colosal y quemar en ella todos los libros.

Por eso, y aunque existen muchas biografías sobre Georges Rémi «Hergé», es digno de destacar que la de Benoît Peeters tuvo el acierto de aparecer en el momento en el que la figura del padre de Tintín estaba siendo más cuestionada, ofreciendo así el contrapunto necesario para valorar al artista y su obra en su justa medida.

Conclusión: si eres tintinófilo, disfrutarás leyendo esta biografía (por cierto, primorosamente editada por Confluencias). Si no lo eres, tal vez sea una buena oportunidad para descubrir a uno de los grandes del cómic de todos los tiempos.

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