Ya he mencionado en alguna ocasión en este blog que Arturo Pérez-Reverte fue mi escritor de cabecera durante gran parte de mi adolescencia.
El divorcio llegó en 2006, cuando leí El pintor de batallas, una novela que me defraudó, o que no supe entender o valorar correctamente, quién sabe. El caso es que nada volvió a ser lo mismo desde entonces, pero hoy puedo afirmar con satisfacción que al fin ha llegado la reconciliación después de leer esta pequeña maravilla llamada Los perros duros no bailan (2018), una novela corta donde los protagonistas son ellos: los perros.
Pero más allá del universo canino el tema central de esta original historia no es otro que la lealtad, a los amigos y a los propios principios.
Hace unos días, preguntado en twitter sobre cuál era su favorito de entre todos los libros que había escrito, el propio Pérez-Reverte reconocía que en realidad todos los autores siempre están escribiendo el mismo libro. Y es cierto, pues quien haya seguido la trayectoria literaria de cualquier escritor descubre que todas las historias giran siempre en torno a unos cuantos temas centrales que se repiten. Pérez-Reverte no es una excepción.
Perros y humanos
“Nací mestizo, cruce de mastín español y fila brasileña. Cuando cachorro tuve uno de esos nombres tiernos y ridículos que se les ponen a los perrillos recién nacidos, pero de aquello pasó demasiado tiempo. Lo he olvidado. Desde hace mucho todos me llaman Negro.”
Así es el inicio de esta emocionante historia. Los perros del barrio, que se reúnen en el Abrevadero de Margot, conversan inquietos acerca de la sospechosa desaparición de dos de sus compañeros: Teo y de Boris el Guapo. Pero sólo el Negro, un viejo perro luchador ya retirado, se jugará la vida para encontrar a su amigo Teo y rescatarlo del agujero al que ha ido a parar: el sórdido mundo de las apuestas ilegales y las peleas de perros. Peleas a muerte.
Cada personaje animal tiene su nombre, su historia y su personalidad. Me ha divertido que Margot, la perra argentina, hable con acento porteño, y me ha encantado encontrar reminiscencias de La Reina del Sur en el personaje de Tqeuila, la Xolocuintzle mexicana.
Este es un mundo canino donde los humanos quedan en un segundo plano, aunque para desgracia de los canes están ahí, por encima de ellos, estableciendo las reglas y decidiendo sobre sus vidas. Pérez-Reverte deja a los de su propia especie a la altura del betún. La mayoría de los perros parecen resignados, atados por una lealtad ciega que ni ellos mismos comprenden. Teo, sin embargo, traumatizado por su experiencia como gladiador en la Cañada Negra, lo tiene claro:
«—Comparada con la nuestra, la de los animales, la justicia de los humanos no vale una mierda.»
En Los perros duros no bailan reina una atmósfera de novela negra un tanto surrealista y con deliciosos toques de humor. También hay divertidos guiños, como las referencias clásicas de Agigulfo, el perro culto y leído, o la escena en la que los perros neonazis (uno de ellos es un pastor belga llamado, cómo no, Degrelle) acaban parafraseando al mismísimo Spengler:
«—En los momentos críticos de la Historia —dijo—, siempre hay un pelotón de perros disciplinados que salva la civilización occidental.»
También Teo, ante las reticencias de El Negro, hace suya la infame frase Dieu reconnaîtra les siens! del inquisidor Arnaud Amairic cuando planea su sangrienta venganza contra los humanos:
«—Cachorrillos o adultos, mataremos a cuantos podamos, como en el Desolladero, y que el Gran Perro, o el Dios de ellos, separe a los buenos de los malos.»
Y es que, como ya demostró Orwell en Rebelión en la Granja, se pueden decir grandes cosas y explicar magníficas historias a través de la fábula, un territorio literario donde los animales hablan, reflexionan y sienten igual que los humanos.
Una oda al perro
El estilo de la narración, limpio, directo y en ocasiones provocador, es exactamente el mismo que el de La Sombra del Águila. Un estilo que muchos detestan (los haters de Pérez-Reverte son legión), pero que a mí me gusta. También me gustó el capítulo que contiene una referencia histórica al personaje de Espartaco, y que de alguna manera rescata parte la esencia del mensaje de la famosa novela de Arthur Koestler.
En suma, yo definiría esta novela corta simple y llanamente como una oda al perro. Y no es de extrañar, pues es bien conocido por todos el amor y la admiración del autor hacia estos animales, así como su compromiso con la defensa de los perros abandonados, maltratados y torturados.
Por último, creo que este relato de Pérez-Reverte ha sido escrito también un ajuste de cuentas entre el mundo canino y el humano. En la vida real, los maltratadores de animales, sádicos y otros sujetos peligrosos pertenecientes a nuestra especie, el Homo Sapiens, los reyes de la Creación, cometen sus fechorías y se van de rositas. En cambio, en Los perros duros no bailan se hace justicia. Y hay castigo.
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Gracias, Daniel Terrassa, una muy buena reseña sobre un libro que desconocía. Parece muy interesante… Y sí, comparto la afición por Perez-Reverte, aunque mi divorcio llegó tras El Asedio…
Un saludo!
Juan A. Rodríguez
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Hola,
Gracias por comentar! Si tienes oportunidad de leerlo ya me contarás qué te ha parecido.
Un saludo,
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Hola, Daniel. Tenía curiosidad desde hace tiempo por esta novela y, después de leer cómo la describes, no creo que tarde mucho en caer en mis manos. Reverte es, siempre, una lectura gratificante. Es un mago combinando palabras.
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Hola,
Se me había escapado tu comentario, por eso tardo tanto en responderte. Mis disculpas.
Si en este tiempo ya la has leído, seguro que te habrá gustado. Si todavía no lo has hecho, sólo puedo decir que te la recomiendo vivamente.
¡Un saludo!
Daniel
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