Solaris es un planeta extraño, cubierto por un gran océano químico en el que se sospecha que existe vida inteligente. Por eso el ser humano, (estamos en algún punto lejano del futuro), ha decidido establecer allí una estación de observación en órbita sobre su superficie.

Es el planeta, o mejor dicho ese extraño e inquietante océano que se comporta como un inmenso ser vivo, el gran protagonista de la novela del polaco Stanislav Lem, publicada en 1961 y que sumerge al lector en un torbellino de aventuras, trampas psicológicas y reflexiones filosóficas. Uno de esos libros que, no me cansaré de decirlo, hacen de la ciencia ficción un género grande. 

Pero la prueba definitiva de la grandeza de Solaris es que, más de medio siglo después de haber sido escrita, es una obra puede leer perfectamente hoy sin que su mensaje se haya deteriorado o desvirtuado en absoluto.

El argumento

La historia se inicia con la llegada a la estación de un científico especializado en psicología, Kris Kelvin. Los humanos llevan ya más de un siglo estudiando Solaris y sus maravillosos fenómenos sin dar con la explicación. En la estación, que se encuentra bastante deteriorada, resisten dos científicos al borde de la locura, los doctores Snaut y Sartorius,  pues el tercero se ha suicidado poco antes de la llegada de Kelvin.

Kelvin pronto empezará a sufrir alucinaciones y las extrañas visitas de Harey, una antigua amante fallecida años atrás. ¿Es su imaginación o se trata de un ser de carne y hueso? No, es el océano de Solaris el responsable: un ente súper-inteligente que lee sus mentes y juega con ellas. O eso parece.

Solaris es un mundo hermoso y sobrecogedor. Ese mar de plasma que lo recubre parece controlarlo todo, incluso su propia órbita. Un ser inteligente que construye fabulosas esculturas gigantes (las simetriadas y asimetriadas que con tanta belleza describe Lem) y las deshace sin explicación, imposible de abordar y de entender, la frustración y el fracaso de generaciones de científicos.

«El hombre se había lanzado al descubrimiento de otros mundos y otras civilizaciones sin haber explorado íntegramente sus propios abismos, ese laberinto de oscuros pasadizos y cámaras secretas, sin haber penetrado en el misterio de las puertas que él mismo ha condenado».

Y es que ese es, en mi humilde opinión, el tema principal de la novela: el encuentro del ser humano ante la evidencia de una inteligencia extraterrestre y su incapacidad para comprenderla.

«No queremos conquistar el Universo, solamente aspiramos a extender los límites de la Tierra a las fronteras del Cosmos.»

Somos pequeños. Los científicos de la novela llevan cien años estudiando el planeta, desarrollando incluso una ciencia específica que han denominado Solarística, se han escrito infinidad de estudios y ensayos sobre aquel océano desconcertante… Pero el enigma sigue sin resolverse. La conclusión es que Solaris está fuera del alcance de la mente humana.

«Tal vez valga la pena quedarse. Sin duda no aprenderemos nada acerca de él, pero sí acerca de nosotros».

Este clásico imprescindible es capaz de golpear nuestro intelecto y también nuestra alma humana, tan imperfecta. Obra maestra.

Dos veces ha sido llevada la novela Solaris al cine, en ambas ocasiones con resultados catastróficos. La primera, en 1972 a manos del ruso Andrei Tarkovski, y la segunda en 20013, dirigida por Steven Soderbergh y con George Clooney en el papel de Kelvin. He sólo esta última y me arrepiento profundamente de haberlo hecho, sobre todo después de leer este maravilloso libro.

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