Sucede que a veces descubres libros por casualidad y, al tenerlos en tus manos, te encuentras con una pequeña e inesperada maravilla. Este es el caso de Las Hormigas (1991), de Bernard Werber.
Después de terminar esta novela me puse a indagar acerca del autor. Entonces supe que Las Hormigas es sólo la primera entrega de la trilogía que el francés dedica a estos fascinantes insectos. Los otros dos títulos de esta peculiar saga son El día de las hormigas (1992) y La Révolution des Fourmis (1998), la cual aún no ha sido traducida al español.
En cualquier caso, Las Hormigas es una novela autoconcluyente que se puede leer independientemente del resto de la saga, aunque es cierto que el final deja algunas puertas abiertas para la continuación.
Humanos y hormigas
Las Hormigas nos presenta dos historias en paralelo: por una parte la historia que transcurre en el mundo de los humanos, y por otra la que sucede en el universo de las hormigas, tan cercano pero a la vez tan lejano y desconocido, donde se libran guerras terribles y se levantan construcciones colosales. Ambas historias discurren en paralelo sin un nexo aparente, pero al final convergen en un curioso desenlace. Por supuesto, no voy a contar nada aquí.
Toda la narración está llena de datos reales y sorprendentes sobre las hormigas, que Werber en su condición de entomólogo conoce bien. Por ejemplo, se hace hincapié su admirable sistema de comunicación (bastante más perfeccionado que el nuestro) a base de feromonas y contactos entre antenas, así como en la abnegación y fidelidad completa de cada individuo hacia su colonia-ciudad. Una hormiga individualista no es nada, ni para ella ni para los demás:
«Se sintió inútil y degradada, como si ya no viviera para los demás, sino solamente para sí misma».
También encontramos algunas reflexiones interesantes que, en cierto modo, suponen una pequeña cura de humildad para nosotros, los reyes de la creación. Y es que todo es cuestión de perspectiva. Este fragmento causó en mí la misma impresión que cuando leí Cosmos, de Carl Sagan, y descubrí con desolación que nuestro planeta era un grano de arena en la orilla del océano del Universo:
«Estaban aquí cien millones de años antes que nosotros, y a juzgar por el hecho de que han sido uno de los pocos organismos que han resistido la bomba atómica, seguramente seguirán aquí cien millones de años después que nosotros. Nosotros no somos más que un accidente de tres millones de años en su historia.
Por otra parte, si unos extraterrestres llegaran un día a nuestro planeta, no se equivocarían. Tratarían sin duda alguna de hablar con ellas. Ellas son las verdaderas dueñas de la Tierra.»
Yo, que he leído mucha ciencia ficción, pensaba que nada podría sorprenderme ya, pero el planteamiento de Las Hormigas me ha roto. Es una novela con un argumento muy original y, en algunos momentos, desconcertante (entiéndase todo esto como algo positivo).

Por poner algún pero, porque insisto en que la novela me ha entusiasmado, diría que las actitudes y reacciones de algunos de los personajes humanos me han parecido poco creíbles, sobre todo al final de la novela, cuando todo debe «encajar». Puede que sea cosa mía, pero me da la impresión de que Werber conoce mejor a las hormigas que a sus propios congéneres.
Por último, debo hacer una confesión: después de leer Las Hormigas he de reconocer que siento mucho más respeto por estos insectos, a los que hasta ahora consideraba poco más que una molestia. Supongo que nunca es tarde para rectificar.
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Muy interesante.
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