PICNIC EXTRATERRESTRE, Arkadi y Boris Strugatski

Mucha gente lo ignora, pero en las décadas de los años 70 y 80 en la Unión Soviética se escribía mucha literatura de ciencia ficción, tanto buena como mala. Por desgracia, la mayor parte de ella no llegaba a los lectores occidentales, salvo contadas excepciones como esta: Picnic Extraterrestre (1972), escrita al alimón por los hermanos Arkadi y Boris Strugatski.

Esta novela corta fue en su día un best-seller en muchos países y la obra que consagró definitivamente a los hermanos Strugatski como grandes autores del género. Sin embargo, en la URSS no fue publicada sin los recortes de la censura hasta el año 1990, ya a las puertas del colapso soviético. En fin, más vale tarde que nunca.

El argumento es francamente original: unos extraterrestres llegan a la Tierra pero este suceso no es vivido como ese emocionante, esperado y también temido evento que se nos plantea en otras novelas como por ejemplo El Centinela, de Arthur C. Clarke o Contacto, de Carl Sagan. Nada de eso. Estos alienígenas no muestran el más mínimo interés por nuestro planeta ni por las especies que lo habitan, ellos sólo se han detenido a hacer una breve parada antes de continuar su viaje, una especie de picnic, dejando tras de sí un rastro de basura, como esos domngueros que van a pasar el día a la playa o al campo y se marchan sin recoger la basura.

Los lugares donde han estado los extraterrestres y han dejado sus desechos son llamadas simplemente «zonas». Entrar en ellas es peligroso y está estrictamente prohibido, pero muchos se atreven porque saben que pueden encontrar allí grandes tesoros: objetos fantásticos y artefactos incomprensibles para la tecnología humana, pero por los que se pueden llegar a pagar fortunas en el mercado negro. Nuestro protagonista, Redrick Schuhart, es uno de estos temerarios exploradores: un stalker.

Redrick se pasa el día entrando y saliendo de la zona, con todo el riesgo que eso conlleva, en busca de un objeto legendario al que todos llaman la esfera dorada, y del cual se dice que posee la cualidad de convertir en realidad los deseos de quien lo posea.

Puede parecer de entrada una novela de aventuras, pero en realidad se trata de un relato gris y desolador que retrata a la Humanidad como algo minúsculo e insignificante, tal y como se hizo antes en otras grandes obras maestras de la ciencia ficción como la compleja Solaris de Stanislaw Lem, o El fin de la inocencia, de Arthur C. Clarke, genial novela a la que dedicaré su debida reseña próximamente. Sí, la vida del stalker es dura y desesperada:

«Me encierro en el establo, saco la botella, la abro y me adhiero a ella como una sanguijuela. Estoy sentado en el banco, mi corazón está vacío, mi cabeza está vacía, mi alma está vacía. Vivo. He salido. La Zona me dejó salir, la maldita bruja. (…) Los novatos no pueden entender esto, sólo un stalker puede entenderlo. Y las lágrimas ruedan por mi cara, tal vez por el alcohol, tal vez por otra cosa. Chupo la botella. Yo estoy mojado, la botella seca. Siempre necesito solo un sorbo más».

Para mí, que desconocía por completo la ciencia ficción rusa, esta novela fue un gran descubrimiento. Es cierto que su ritmo me pareció un poco lento y la sensación que trasmite desde la primera hasta la última página es de derrota, pero me gustó. Tanto es así que poco después me animé a leer otra cosa rarísima de estos dos hermanos: La segunda invasión marciana (1968), todavía más desconcertante que Picnic Extraterrestre, si es que eso es posible.

Existe una adaptación cinematográfica, titulada Stalker, e incluso un juego de rol creado sobre la base argumental de la novela. No los conozco y por tanto no podría juzgar si son fieles a la historia original o si aportan algo nuevo que valga la pena.

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Sobre los autores, hay que destacar que no siempre es habitual encontrarnos con una pareja de hermanos dedicados a escribir novelas de forma conjunta, y menos aún unos que hayan cosechado tanto éxito y reconocimiento.

Perseguidos implacablemente por la censura, que veía en sus historias fantásticas una crítica social velada y cierta dosis de subversión (tal vez por fragmentos como este)…

«No quiero trabajar para ti, tu trabajo me hace vomitar, ¿entiendes? (…) El hombre que trabaja para uno de vosotros es un esclavo y nada más. Y yo siempre quise ser yo mismo, ir por mi cuenta, para poder escupirles a todos, en su aburrimiento y desesperación «.

…los hermanos tuvieron que apañárselas para trasmitir sus mensajes en forma de dobles sentidos y juegos de palabras que, por desgracia, se pierden en las traducciones y que los que no sabemos leer en ruso jamás podremos entender. Exactamente lo que le sucede a los stalkers que entran en las zonas en Picnic Extraterrestre.

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