La opera prima de Mario Vargas Llosa era ya una de las obras consagradas de la literatura latinoamericana del siglo XX mucho antes de que el escritor peruano recibiera el Premio Nobel. Leerla era una obligación, o al menos así lo entendí yo en su día.
Pero como pasa tantas veces, la obligación se convirtió en placer a medida que fui pasando las páginas de La ciudad y los perros (1963), una historia cruel y desgarradora, pero al mismo tiempo dotada de una fuerza narrativa arrolladora.
El argumento
No querría desvelar demasiado de la trama de la novela a quienes aún no la hayan leído (lo cual es imperdonable). Toda la historia gira en torno a la vida en el Colegio Militar Leoncio Prado, en la ciudad de Lima, donde muchos adolescentes estudian en un régimen de disciplina militar tan severo como asfixiante.
Por debajo de las órdenes y las normas de los oficiales, existe una estructura jerárquica invisible donde los estudiantes establecen sus propias categorías. En el escalón más bajo están los alumnos de primer año, llamados perros, sometidos a toda clase de abusos y humillaciones por parte de los compañeros veteranos. Las clásicas «novatadas» de siempre llevadas a unos extremos de crueldad inusitados.

El grupo de estudiantes en torno al cual gira la acción en la novela son referidos por sus apodos (el Poeta, el Serrano, el Esclavo, el Jaguar…). Al principio, todos se unen ante las adversidades y forman un grupo llamado «el Círculo», pero después se alejan unos de otros por diversos motivos, llegando a enemistarse abiertamente. Ricardo Arana, el Esclavo, débil y despreciado por todos, es el más vulnerable de ellos. Sólo recibe el apoyo distante de Alberto Fernández, el Poeta. Un apoyo que él confunde con amistad:
«Eres el único amigo que tengo. Antes no tenía amigos, sino conocidos. Quiero decir en la calle, aquí ni siquiera eso. Eres la única persona con la que me gusta estar.»
A las puertas de un importante examen, alguien ha conseguido robar las preguntas de la prueba. Hasta que aparezca el culpable, las salidas quedan prohibidas. El Esclavo, el más vulnerable de los estudiantes, está desesperado: ese fin de semana tiene una cita con Teresa en la ciudad. Ya es la segunda vez que va a fallar. Él no sabe que su «amigo» el Poeta le va a sustituir, como ya hizo la vez anterior. Una jugada fea, pero es que él también se ha enamorado de la chica.
– Teresa no me contesta -dijo el Esclavo-. Van dos cartas que le escribo.
– ¿Y qué mierda te importa? -dijo Alberto-. El mundo está lleno de mujeres.
– Pero a mí me gusta ésa. Las otras no me interesan. ¿No te das cuenta?
El Esclavo llega a la conclusión de que tiene que salir de allí como sea. Y las opciones son pocas: «tirar contra», que es como lo los estudiantes llaman a la arriesgada acción de escalar el muro y huir sin ser visto, o bien romper todos los códigos y delatar al ladrón.
Finalmente optará por esto último, abriendo las puertas a la tragedia. En unas maniobras con fuego real, alguien dispara contra el Esclavo, que fallece después de unos días en el hospital. El Poeta, convencido de que no ha sido un accidente, acusará al Jaguar y provocará un verdadero terremoto que sacudirá a la propia institución.
«Ni en la guerra debe haber muertos inútiles. Usted me entiende, vaya al colegio y trate en el futuro de que la muerte del cadete Arana sirva para algo.»
El estilo
Encontré dos obstáculos que me dificultaron poder sumergirme por completo en la historia, obstáculos que, todo sea dicho, se pueden salvar felizmente.
El primero de ellos es la propia estructura de la novela, contada al estilo de las películas de Tarantino, con diferentes narradores que se van alternando y continuos saltos cronológicos que pueden llegar a despistar, pero que a la vez contribuyen a tejer la trama y dibujar mejor a los personajes. Todo en conjunto acaba redondeando la novela de forma magistral y ofrece una visión global de la historia.
El otro obstáculo se debe a mi condición de hispanoparlante de España. Hay muchas palabras y expresiones del español que se habla en Perú (algunas incluso exclusivas de los limeños) que desconocía, pero cuyo significado podía intuir. De nuevo, nada que impida poder disfrutar de la novela. Uno acaba acostumbrándose y al mismo tiempo enriquece su vocabulario.
El impacto
Se ha dicho muchas veces que La ciudad y los perros es una novela autobiográfica, ya que el propio Vargas Llosa estudió en el Leoncio Prado algunos cursos. No obstante, el autor ha sostenido siempre que se trata simplemente de un relato inspirado en algunas de sus vivencias allí, no hay que ir más allá.

En cualquier caso, la publicación de La ciudad y los perros cayó como una bomba en la sociedad peruana de los años 60. La autoridades militares, enfurecidas con Vargas Llosa, afirmaron que el único objetivo de la novela era el de desprestigiar a la institución. Su autor llegó a ser acusado de trabajar por encargo de los movimientos subversivos comunistas, entonces en auge en Latinoamérica. ¡Vargas Llosa, a sueldo del comunismo!
Corre la leyenda de que por aquel entonces tuvo lugar en el Leoncio Prado una quema de ejemplares de la novela. Vargas Llosa respondió a esto con sobriedad y mucha ironía, celebrando que los militares peruanos tuvieran el acierto de leer novelas, algo que no se esperaba de ellos.
También levantaron ampollas las escenas sexuales que aparecen en la novela, sobre todo las referidas a las prácticas homosexuales de algunos de los cadetes o las escenas de bestialismo, que escandalizaron a los más mojigatos.
Mi opinión
Dejando de lado su enorme éxito y su importancia capital en el llamado «boom» de la literatura hispanoamericana, La ciudad y los perros es una novela maravillosa, uno de esos libros que, incluso después de ser leído, te sigue llamado desde la estantería de la biblioteca, invitándote a releer algunos de sus pasajes o descubrir cosas que probablemente fueron ignoradas la primera vez.
La moraleja de La ciudad y los perros, si es que la hay, es que el mundo es un lugar en el que, bajo esa engañosa capa de civilización y orden, el peligro acecha por todas partes y la injusticia campa a sus anchas. Una selva en la que los débiles están obligados a sufrir y condenados a perder. Como bien dice el Poeta en cierta ocasión al Esclavo:
«O comes o te comen, no hay más remedio.»
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Yo sin ser un admirador de su obra es la que más me gustó 😉😉😉😉👍👍👍👍
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Debo confesar que es lo único que he leído de Vargas Llosa, pero me pareció magnífico.
Saludos.
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Yo me he leído 4 pero ese el mejor, no soy seguidor incondicional, soy imperfecto…
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Cuando la leí, hace ya una pila de años, me sirvió para saber si en el futuro lo que estuviese leyendo me gustaba o no: Si me despertaba con grandes deseos de leer como me ocurrió cuando estaba leyendo «La ciudad y los perros», eso quería decir que la lectura era buena, al menos para mí.
Buena reseña, amigo mío.
Un abrazo
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Es un buen sistema, sin duda. Yo también me enganché a este libro, buscaba cualquier momento libre para continuar la lectura. Creo que no se puede decir nada mejor de una novela.
Un saludo y gracias por tu comentario.
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