Las novelas del Oeste de mi abuelo

Hace unos días curioseando en un quiosco de prensa me encontré con algo que me transportó por un instante a un lugar muy concreto en el espacio y el tiempo: la casa de mis abuelos cuando yo era niño. Allí, semiocultas entre revistas de crucigramas y autodefinidos, resplandecían las coloridas portadas vintage de dos novelas de bolsillo de Marcial Lafuente Estefanía: las «novelas del oeste» que leía mi abuelo.

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Así fue como me enteré de que aquellas viejas novelas cortas se seguían publicando, en nuevas y relucientes ediciones, con un aspecto muy distinto al que yo recordaba. La verdad es que la última vez que las vi yo era todavía muy niño. Después del fallecimiento de mi abuelo, había sido su viuda, mi abuela, la que había apilado aquellos pequeños libritos arrugados (tendría un centenar por lo menos) en un hondo cajón de un armario. Aquella debió ser su última morada antes de acabar en la basura, supongo.

Por muchas que hubiera, seguro que sólo representaban una pequeña parte de lo que Marcial Lafuente Estefanía llegó a escribir en su vida: cerca de 2.600 novelas cortas, una cifra que, pese a quedar bastante lejos de la del recordman Ryoki Inoue, sigue siendo espectacular.

Sus novelas, de apenas cien páginas e impresas en papel de poca calidad, eran algo así como el fast food de la literatura de aventuras. Pero cada semana decenas de miles de personas en toda España, entre ellas mi abuelo Francisco, acudían regularmente a su puesto de venta habitual para hacerse con la novela del oeste de rigor, recién salida del horno, con la que pasar un rato entretenido sin mayores pretensiones.

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Hay que decir en defensa de Lafuente Estefanía que, si bien es cierto que llegó a montar una especie de factoría de producción literaria en masa en la que involucró a sus propios hijos (supongo que no habría otro modo para atender a una enorme demanda de ávidos lectores sedientos de aventuras), el sambenito de escritor de novelas baratas y malas que muchos le han colgado es del todo inmerecido.

Y es que, en aquellos tiempos de dictadura donde el acceso a la cultura y la información era limitado, Marcial Lafuente Estefanía tuvo el mérito de escribir novelas aceptables usando recursos tan imaginativos como un mapa histórico de Estados Unidos del siglo XIX o una guía telefónica del estado de Texas. Me pregunto cómo habría hecho para conseguirla.

Se trataba de un verdadero luchador, capaz de salir adelante teniéndolo todo en contra, máxime si tenemos en cuenta que su profesión real era la de ingeniero. Al haber militado en las filas republicanas durante la Guerra Civil, había acabado en la cárcel. Más tarde sería liberado, aunque inhabilitado para ejercer su oficio. Así que se lanzó a escribir. ¡Y vaya si escribió!

Aunque el western ya pasó de moda, Marcial Lafuente Estefanía sigue cabalgando en las inmensas praderas norteamericanas. Y para quien le interese, sus novelas del oeste, un género que en España prácticamente fue introducido y monopolizado por él, siguen a la venta.

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