Hace ahora 15 años me encontraba yo postrado en una cama de hospital después de una peritonitis. Débil, aburrido y con la moral un poco baja. Por la puerta asomó Pilar, entonces mi compañera de trabajo. Una amable visita que venía acompañada de un pequeño obsequio para levantar el ánimo: El sueño de África (1996), de Javier Reverte. Lectura de evasión, libro de aventuras, crónica periodística. Todo a la vez. ¡Qué maravilloso regalo!
Viajero empedernido, Reverte es uno de esos periodistas de la vieja escuela que ha recorrido el continente africano de arriba a abajo en muchas ocasiones. El sueño de África inauguraba una trilogía que se completaría más adelante con Vagabundo en África y Los pasos perdidos de África, ambos igualmente recomendables para los amantes de la historia, la antropología y las aventuras.
Al leer a Reverte es inevitable pensar en Ryszard Kapuscinski y su inmortal libro de relatos Ébano. De hecho, él se confiesa ferviente admirador del autor polaco, así como de otros tantos escritores enamorados de África como Joseph Conrad o Ernest Hemingway.
De Zanzíbar a los Grandes Lagos
El recorrido geográfico de este libro se inicia en las costas de Kenia y Tanzania, incluida la isla de Zanzíbar, una región donde se habla swahili y los mercados desprenden toda clase de aromas y sensaciones que nos evocan los escenarios de Las mil y una noches.
«Todavía me gusta imaginar que aquel día, junto a la rada de Dar es Salam, atravesé las vaporosas paredes del tiempo y vi pasar ante mí a Simbad el Marino».
Reverte no se limita a contar lo que ve y lo que siente, sino que nos lleva de la mano de los grandes aventureros que se adentraron en estas tierras, inhóspitas y peligrosas, en busca de gloria y riquezas. Así, en El sueño de África podemos revivir la aventura de Burton y Speke en busca de las fuentes del Nilo, descubrir episodios desconocidos de la I Guerra Mundial como el del coronel alemán Von Lettow y conocer los detalles más siniestros y fascinantes de la rebelión de los Mau-Mau, entre otras apasionantes historias.

Sin ningún reparo, Reverte acude a la llamada de los mitos, lo cual en ocasiones lleva aparejada cierta dosis de inevitable decepción, pero también se detiene a explorar la realidad de esos países y la belleza abrumadora de sus paisajes.
Del amor de este madrileño hacia el continente africano, me quedo con este fragmento del libro:
«Entendía la vocación colosal de África, el anhelo de un continente por sobreponerse a lo efímero, ese inaprensible y grandioso vigor que emana de las planicies y del cielo, la fragilidad de su grandeza, la brisa dulzona y húmeda que entra en tu sangre y te inyecta la droga que más puede amar un hombre: el deseo de vivir, el espejismo animal de eternidad».

Para mí, lo mejor de Javier Reverte es su estilo ameno, nada pretencioso. Y es que aunque este libro es, al fin y al cabo, una especie de diario de viaje, el narrador sabe mantenerse al margen y evita erigirse en el protagonista del relato, salvo cuando eso es estrictamente necesario. Algo que puedo decir de todos sus libros (también los que no están centrados en África), es que logran encender esa chispa de aventurero que todos llevamos dentro, además de aportar al lector un montón de información y entretenimiento.
Probablemente Pilar no se acuerde ya de cuál era el título de aquel libro me llevó al hospital durante mi convalecencia. Creo que tampoco debe saber que aquel pequeño regalo fue mucho mayor y más valioso de lo que ella se imagina, pues a partir de ahí me dediqué a devorar una tras otra las obras de Javier Reverte, recorriendo las regiones más legendarias del mundo a través de sus páginas. Por eso le estaré eternamente agradecido.
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Javier Reverte me parece uno de los escritores de viajes más interesantes de este país, disfruta sus libros…
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