Grandísima novela, premiada con el Goncourt de 2013, que nos cuenta una historia tierna y terrible, basada en parte en hechos reales.
Nos vemos allá arriba (2013), de Pierre Lamaitre capta la atención del lector desde la primera página y le conduce hasta el final sin que la narración pierda ritmo o interés en ningún momento. Al menos ese fue mi caso.
La historia que nos cuenta Au revoir là-haut! (por su título original en francés) se inicia en el bando francés de las trincheras, en los últimos días de la Primera Guerra Mundial. Allí aparecen los tres personajes que protagonizan la novela: Albert Maillard y Édouard Péricourt, dos soldados que apenas se conocen entre sí pero cuyas vidas quedarán unidas para siempre, y el malvado Henri D’Aulnay-Pradelle, un aristócrata venido a menos, un tipo narcisista y sin escrúpulos que busca la gloria militar a toda costa.
Gueules cassées
Sin ánimo de destripar la historia, sólo apuntaré que uno de los temas que aborda esta novela es el de los gueules cassées, los «caras rotas», una cruda realidad fruto de aquella guerra salvaje que acabó con la vida de millones de jóvenes europeos y arruinó la de cientos de miles de supervivientes.
Sólo en Francia se contabilizaron después de la Gran Guerra cerca de 400.000 hombres entre 18 y 40 años que padecieron algún tipo de amputación, de los cuales más de 15.000 sufrieron heridas graves en la cara, quedando horriblemente desfigurados y con graves daños psicológicos. Como Édouard Péricourt.
«La guerra había sido cruenta más allá de lo imaginable, pero si mirabas el lado bueno de las cosas, también había permitido grandes avances en materia de cirugía maxilofacial.»
Pero aunque Nos vemos allá arriba tiene una fuerte carga antibelicista, a la altura de otras grandes obras como por ejemplo Sin novedad en el frente, el relato que cuenta es mucho más complejo y abarca muchos más temas a los cuales no me puedo referir sin lanzar algunos spoilers.
El negocio de los muertos
El ambicioso Pradelle consigue sus objetivos y, por una jugada del destino, acaba casándose con Madeleine, la hermana de Édouard, al cual Albert ha ayudado a fingir su muerte. De este modo se convierte en el yerno de uno de los hombres más ricos de Francia y accede a un montón de contactos que le permiten poner en marcha un lucrativo y macabro negocio: la gestión de los cementerios de guerra.
«El país era presa de un frenesí conmemorativo en honor de los muertos directamente proporcional a su aversión por los supervivientes.»
Con una frialdad inhumana, Pradelle calcula los beneficios que puede sacar de aquella gigantesca masacre sin mostrar el más mínimo respeto por los cuerpos de los fallecidos ni su memoria. Sin duda este es el personaje más abyecto de la novela, un tipo amoral que desprecia a todo el mundo y en ocasiones muestra comportamientos de auténtico psicópata.
Sin embargo, sus planes se verán desbaratados por un gris y antipático funcionario, Merlin, que en el ocaso de su carrera se ve abocado a elegir entre el retiro dorado que le promete el soborno de Pradelle o la pobreza digna de quien cumple con su deber.

También el dúo Albert-Édouard pergeña una gigantesca e imaginativa estafa que los debe librar de la miseria en la que viven desde el final de la guerra. Es Édouard, enloquecido por su propia tragedia y su adicción a la morfina, el cerebro del plan, el cual también tiene que ver con los monumentos a los «héroes caídos por Francia». Albert, agobiado por su precariedad económica, acaba cediendo, aunque la idea le repugna:
«¿Te das cuenta de lo que me propones? -le preguntó Albert, plantándose delante de él-. Cometer… ¡Un sacrilegio! Robar el dinero de los monumentos a los caídos es como profanar un cementerio, es… ¡Un ultraje a la patria! Porque, aunque el Estado ponga un poco de su bolsillo, la mayor parte del dinero procede… ¿De dónde? ¡De las familias de los muertos! De las viudas, los padres, los huérfanos, los compañeros de armas.»
Los personajes
Vuelvo a insistir: esta novela está magníficamente escrita. Me causó mucho impacto la claustrofóbica escena inicial de Albert enterrado vivo en el campo de batalla, la cual me angustió igual que la de los hombres atrapados a cientos de metros bajo el suelo en medio de la negra oscuridad en Viaje al centro de la Tierra.
En cuanto a los personajes, es justo señalar que salvo excepciones es fácil clasificar a cada uno de ellos como «buenos» o «malos» de manual. Las excepciones las encontramos en el extraño Merlin, que provoca simpatía y rechazo al mismo tiempo, y en el atormentado Édouard, hombre sin rostro, amargado y delirante, con rasgos de personalidad y reacciones que en ocasiones nos recuerdan al Conde de Montecristo.

Otra lectura de Nos vemos allá arriba es la de las desigualdades sociales de la Francia de principios del siglo XX, cuyo mejor espejo es el de la relación entre el inválido Édouard, aristocrático y altivo a pesar de la desgracia, y el apocado Albert. Cuando éste es invitado por el viejo Péricourt a cenar en su casa para hablar de su «difunto» hijo, no puede evitar sentirse muy poca cosa.
«Allí estaba, con el corazón desbocado en aquel vestíbulo tan alto como una catedral, con espejos muy bonitos, como todo lo demás, incluida la criada, una morena de pelo corto, qué preciosidad, Dios mío, qué labios, qué ojos, en casa de los ricos todo es bonito, se dijo Albert, hasta los pobres.»
En definitiva, Nos vemos allá arriba nos cuenta una historia conmovedora y terrible, pero a la vez entretenida (hay incluso algunos destellos de humor), que se desarrolla en un escenario de fondo trágico y a menudo sórdido, como esas flores que crecen en la basura. Una gran novela que sólo puedo recomendar encarecidamente.
Si te ha gustado esta entrada no olvides hacer clic en Me Gusta. Y si quieres leer más reseñas tal vez te interese suscribirte a Un Humilde Lector.