Si algo hemos aprendido de la novela negra escandinava es que las sociedades perfectas del norte de Europa no son el paraíso feliz que todos pensábamos.

Le debemos esta cruda revelación a autores como Stieg Larsson, Henning Mankell, Camilla Läckberg o Jo Nesbø, por citar a los más famosos. Pero también al islandés Arnaldur  Indriðason, pues a pesar de la distancia geográfica con las costas del continente, podemos considerar a Islandia como un miembro más de la familia escandinava.

Las Marismas (2000) es la primera novela de la saga del Detective Erlendur. Al menos eso creía yo cuando comencé a leerla, pues para esas cosas soy muy metódico. Luego me enteré de que en realidad había dos novelas anteriores, aunque no se han traducido al castellano, que yo sepa.

Un miserable asesinato islandés

Erlendur debe investigar el asesinato de un anciano llamado Holberg, hallado muerto en una casa de un un barrio de Reykiavik conocido como «Las Marismas». El asesino le ha golpeado en la cabeza con un pesado cenicero.

-Chapucero, inútil y realizado sin disimular evidencias ni esconder pruebas.

-Sí -dijo Erlendur-. Un miserable asesinato islandés.

Hay una misteriosa nota escrita junto al cadáver («Yo soy ÉL»), además de una extraña foto de la lápida de una niña.  Las causas que se esconden tras el crimen se remontan cuatro décadas atrás, en la época en la que Holberg salió airoso de una acusación de violación.

Todo lo que sala a relucir con las investigaciones de Erlendur y sus colaboradores es horrible: mujeres violadas, niños fallecidos de forma prematura, cadáveres desenterrados, secretos, abusos, miedos…

El tema de la violación en particular, aunque pone los pelos de punta, es tratado por Indriðason con una delicadeza exquisita. Esto, en los tiempos que vivimos, en los que en el cine y la literatura la moda parece dictar que hay que cultivar el morbo y recrearse en contenidos explícitos que rozan el mal gusto, es muy de agradecer.

Erlendur

Las Marismas (Mýrin en el título original en islandés) reúne, en definitiva, todos los ingredientes de la buena novela negra, añadiendo alguno más como un entorno exótico (al menos para un lector de la Europa mediterránea como es mi caso) y un protagonista que, alejado del perfil de héroe intrépido, está cargado de magnetismo.

Erlendur es un cincuentón con poco sentido del humor y que no lleva una vida precisamente sana. Además, su rol de padre y marido tampoco es lo que podríamos llamar ejemplar. Pero es un tipo inteligente, intuitivo y discreto. Y como cualquiera de nosotros, vive atormentado con sus propios miedos e inseguridades, que se guarda bien de compartir con los demás.

La tristeza de la figura de Erlendur casa perfectamente con la del paisaje islandés que el autor dibuja. Durante el tiempo que transcurre la novela no para de llover. Estamos a las puertas del invierno, que en aquellas latitudes significa frío y oscuridad. Todo es un tanto deprimente, y sin embargo apropiado. Se podría incluso decir que resulta atractivo y evocador en cierto modo.

Por último, hay que apuntar que esta novela fue premiada con el galardón La Llave de Cristal a la mejor novela policíaca nórdica del año 2002. Y es que, a diferencia de otros de más renombre y supuesto prestigio, existen premios que sí son merecidos y hacen justicia.

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