No es exagerado decir que la lectura de Voces de Chernóbil (1997), de Svetlana Alexiévich, exige cierta preparación psicológica previa, porque adentrarse en sus páginas es asomarse al abismo.
El libro es una recopilación de testimonios (monólogos, los llama la autora) que muestran los diferentes puntos de vista, todos humanos y distintos, de lo que hasta la fecha es la mayor catástrofe nuclear de la historia de la humanidad. Una lectura desgarradora y en algunos momentos terrorífica.
Yo creía estar bastante bien informado de lo que sucedió en la central nuclear de Chernóbil el fatídico 26 de abril de 1986 y sus consecuencias, pero he aprendido muchas más cosas después de leer este ensayo. «La historia omitida», como la llama Alexiévich. Por ejemplo, este dato: aunque al accidente se produjo en Ucrania, fue Bielorrusia la que se llevó la peor parte (el 60% de la radiación).
En el mismo libro encontramos tanto testimonios de perplejidad («Nosotros creíamos que las centrales nucleares soviéticas eran las más seguras el mundo») como de rabia y rencor: «Se construyó al estilo soviético, con materiales baratos y sin medidas de seguridad (…) Al mando de la central no había físicos, sólo comisarios políticos (…) Los comunistas nos mintieron todo el tiempo».

La tragedia de los liquidadores
Los grandes héroes de Chernóbil fueron ellos, los liquidadores. Héroes involuntarios que literalmente entregaron su vida a cambio de salvar a millones de personas. Inconscientes y engañados por sus superiores en algunos casos, pero en otros perfectamente conscientes de lo que hacían, trabajaron sin más protección que un par de guantes en el techo del reactor, donde los robots quedaban inutilizados por la radiación, expuestos a dosis mortales justo en el epicentro de lo que pasó a llamarse «la zona».
«La zona… Allí la ciencia ficción cedió su lugar a la realidad».
Casi todos ellos murieron a las pocas semanas. La mayoría recibieron condecoraciones y honores, pero fueron enterrados en lugares secretos en ataúdes de plomo. De ellos sólo queda ya el recuerdo de sus viudas, sus madres, sus amigos, recogidos en este libro.

La autora nos habla de la «cultura de la hazaña» de los jóvenes soviéticos de esa época, hombres y mujeres imbuidos de patriotismo. Ellos despreciaban a los cobardes y egoístas que trataban de rehuir su obligación de sacrificarse por la patria. Una patria que a la postre resultó ser bastante ingrata con sus salvadores.
Cabe señalar aquí que los liquidadores no solamente fueron los salvadores de la URSS, sino de toda Europa:
«Hubo un momento en que existió el peligro de una explosión termonuclear de hasta 3 megatones. Entonces no sólo habría perecido la población de Kiev y de Minsk, sino que no se hubiera podido vivir en una zona enorme de Europa».
Los liquidadores, pero también los reclutas enviados a las zonas contaminadas a cavar zanjas, quemar casas, enterrar alimentos y «limpiar» las zonas afectadas fueron condenados a tener una vida corta y llena de sufrimiento. Ellos entonces no podían imaginarlo y las promesas de pagas dobles y permisos extraordinarios nublaban su entendimiento.

Una maldición de miles de años
Los árboles de los bosques que rodeaban la central se tiñeron de color naranja dos días después del accidente. Tierra, agua, animales, plantas… Todo quedó envenenado por la radiación. Un veneno invisible pero letal e implacable.
Aunque todavía no se puede calibrar la magnitud del desastre, en Voces de Chernóbil se recogen desgarradores testimonios de madres y padres que vieron nacer a sus hijos con tumores y malformaciones, niños recién llegados al mundo y ya sentenciados a morir después de una vida corta y llena de sufrimiento.
En la «zona», y a pesar de la evacuación masiva de pueblos y ciudades (hecho que en sí mismo ya constituye un gigantesco drama humano), sigue habiendo gente, por lo general personas mayores que habitan en casas aisladas, cultivando la tierra y comiendo los frutos radiactivos de su cosecha. Se niegan a aceptar la realidad: los campos están verdes, hay animales por todas partes, todo florece, la vida sigue igual… Pero la realidad es otra, explicada en palabras de un científico bielorruso:
«Esto es para miles de años (…) el uranio se desintegra en 238 semidesintegraciones. SI lo traducimos en tiempo, significa mil millones de años (…) 50, 100, 200 años… Más allá de esa cifra mi mente ya no puede imaginar, deja de comprender qué es el tiempo».
Ciencia vs superstición
Especialmente interesante es el capítulo de Voces de Chernóbil dedicado a los rumores que, ante la opacidad informativa de las autoridades, corrían de boca en boca entre la población:
Unos decían que el accidente había sido causado por una nave extraterrestre (la habían podido ver algunos testigos sobrevolando el reactor), aunque otros estaban convencidos de que se trataba de un sabotaje perpetrado por la OTAN; no faltaban los que afirmaban que aquello no era más que un experimento del gobierno que se había ido de las manos. Otros confiaban en que la radiación, después de varias generaciones, convertiría a los soviéticos en una especie de raza de superhombres. Mientras, muchos daban por cierto que el mejor antídoto para protegerse de la radiación era el vodka.
Tampoco faltaron los timadores: brujos, sanadores y curanderas de toda clase que engañaban a los desesperados y crédulos. Sostenían que ellos podían eliminar la radiación de sus casas y sus seres queridos a cambio de dinero. Estafadores «engendrados por nuestro deseo de milagro», como afirma uno de los testigos.

Pero son el dolor y el rencor los sentimientos que más a menudo trasmiten los testimonios de Voces de Chernóbil. Todos hablan de chapuza, de las mentiras de la prensa oficial, de cómo las autoridades soviéticas trataron de ocultarlo todo hasta que ya resultó imposible. A los que se atrevían a levantar la voz y protestar se les amenazaba con retirarles el carné del partido, es decir, la muerte social.
Sorprendentemente, en algunos monólogos de las víctimas y testigos hay espacio para los chistes. ¿Cómo se entiende algo así? Tal vez sea el humor negro, terrible, un último refugio para no enloquecer ante una realidad imposible de digerir.
«Comprendí que Chernóbil está más allá de Kolimá y de Auschwitz (…) El hombre armado con el átomo. Toda la Tierra está en peligro».
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Desde luego que un libro muy duro de leer por lo trágico del acontecimiento, que al final fue una catástrofe a nivel mundial. Cuando lo leí, lo que me llamó la atención fue la omisión de información a la población, el engaño, en gran contraste con el sentido del deber con el que respondieron las personas afectadas.
Un abrazo.
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Así es: un contraste brutal entre la entrega y el sacrificio de la gente de a pie y la deshonestidad e irresponsabilidad de los que mandan.
Lo que da escalofríos es pensar que todavía pudo haber sido peor. Da pavor sólo imaginarlo.
Un saludo!
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