Una novela policíaca ambientada en la Rusia de finales del siglo XIX llena de misterio, acción y unas gotas de humor. El ángel caído (1998) de Boris Akunin fue todo un hallazgo, una lectura cien por cien recomendable.

El absurdo y espectacular suicidio de un joven en un parque de Moscú ante las miradas aterrorizadas de los presentes pone al joven Erast Petrovich Fandorin, miembro de la policía secreta, tras la pista de una peligrosa organización llamada Azazel (ese es por cierto el título original de la novela), un monstruo con largos y temibles tentáculos.

Son muchas las cualidades de esta novela, desde su cuidada ambientación hasta su ritmo narrativo, que mantiene al lector enganchado a base de giros inesperados y una pulcra narración.

El relato recuerda en algunos momentos a las novelas de Julio Verne y en otros a las de las de Agatha Christie, con ese lenguaje propio de las novelas de misterio «cozy». Tanto la atmósfera como la propia historia están imbuidas del espíritu de progreso científico y social de aquella época de optimismo y expansión, pero también de convulsiones y grandes cambios.

Estamos en la segunda mitad del siglo XIX, y en El ángel caído, algunos personajes se quejan de los galicismos que inundan la lengua rusa igual que hoy lo hacemos de los anglicismos que «contaminan» el español:

“Si fueras tan amable de no afrancesar… Es un hábito realmente estúpido ese de introducir frases en francés en un discurso en ruso, dijo Zurov irritado, mirando a su interlocutor (aunque él mismo interpolaba expresiones francesas de vez en cuando).»

La ruleta americana

Me llamó la atención la insistencia de Akunin en subrayar que el peligroso juego de la ruleta rusa ha sido atribuido injustamente a su nación. La verdad es que su origen es incierto, pero el autor intenta colocarle la fama a los americanos en varios pasajes de la novela:

«Se llama la ruleta americana. Inventaron el juego en América los buscadores de oro de los ríos del norte. ¡Metes una bala en el tambor del revólver, lo giras y bang!»

Otro signo de los tiempos en los que transcurre El ángel caído es la preocupación por el poder de las sociedades secretas y su influencia, así como las nuevas ideologías como el comunismo o el anarquismo (se habla de los nihilistas con verdadero pavor), todas ellas amenazas para la nación rusa y para el mundo que hay que detener a toda costa. Así se lo explica a Fandorin su propio jefe, el viejo Grushin, con referencia literaria incluida:

«Si este tumor no se extirpa ahora, en sus albores, dentro de unos treinta años, si no antes, esos románticos que ahora nos dan trabajo nos organizarán una revolución de tal magnitud que la guillotina francesa no parecerá en comparación más que una broma de niños (…) ¿Ha leído usted la novela Los Demonios, del señor Dostoievski? ¿No? ¡Una pena! En ella hace un pronóstico calcado de lo que le digo.»

Fandorin, movido por su voluntad y su instinto, viajará de Rusia a Londres y descubrirá una intrincada red de conspiraciones, traiciones y personajes tan siniestros como fascinantes: Amalia Bezhetskaya, el Conde Zurov, Ivan Brilling, Lady Esther…

El final, estremecedor, deja las puertas abiertas a la continuación: El gambito turco (1998), segundo título de la saga Fandorin,  donde continúan las aventuras y el misterio.

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