Una novela fácil de leer pero dura de digerir. Una lectura maravillosa que deja un sabor amargo en la boca. A mí este sabor me duró muchos días después de haber llegado a la última página.
Reconozco que leí Desgracia (1999), de J. M. Coetzee sólo después de que a este escritor sudafricano le fuera concedido el Nobel de literatura. Y fue todo un descubrimiento.
El título juega con dos acepciones de la palabra inglesa Disgrace, que en unas ocasiones podemos leer como «desgracia» y en otras como «vergüenza».
Aviso: Esta humilde reseña contiene algunos spoilers. No he sabido cómo escribirla sin evitarlos.
El protagonista de la historia es David Lurie, un profesor de literatura de la Universidad de Ciudad del Cabo. Un hombre maduro, egoísta y soberbio, aburrido de su trabajo y consagrado desde su divorcio a tener aventuras sexuales con prostitutas y jóvenes alumnas.
Toda su cómoda rutina se viene abajo cuando vive una historia amorosa con una joven que acude a sus clases, Melani Isaacs. Arrastrado por su obsesión hacia ella, de repente se convierte en el centro de un escándalo que le cuesta su puesto de trabajo y ser señalado por todos. Lurie «cae en desgracia».
En esta parte de la novela destaca la furia inquisitorial con la que todos se ensañan contra Lurie. Un reflejo de nuestras sociedades, enfermas de puritanismo, donde el señalado es condenado a una especie de muerte civil. Pero no vale quejarse, pues el profesor sabía a lo que se exponía. Rosalind, la ex-mujer de Lurie, con la que sin embargo mantiene una relación de cierta cordialidad, lo expresa claramente con estas palabras:
«Te culpo a ti y la culpo a ella. Todo esto es una desgracia de principio a fin. Una desgracia y una vulgaridad.»
Lurie acaba cambiando de vida. Huyendo, o tal vez buscando una forma de redimirse, se muda a la granja de su hija Lucy. No comparte en absoluto su visión de la vida, de espaldas al mundo civilizado, pero se esfuerza por integrarse en su nuevo entorno rural.
«¿Es alguna forma de salvación privada lo que intentas poner en pie? ¿Esperas expiar los pecados del pasado mediante tu sufrimiento en el presente?»

Un día la granja es asaltada por tres hombres de raza negra. La brutalidad de los atacantes es insoportable: matan a tiros a los queridos perros de la casa, intentan quemar vivo a Lurie y violan a Lucy, haciéndola «caer en desgracia». Desde entonces, la relación entre padre e hija se quiebra y jamás vuelve a recomponerse.
«Es verdad que el tiempo lo cura todo. Es de suponer que Lucy también está curándose, o si no curándose, al menos olvidando, recubriendo con el tejido de las cicatrices el recuerdo de aquel día, envolviéndolo, sellándolo, cerrándolo.»
Lurie comprende que el mundo cambia y que la redención no es posible. Sólo cabe adaptarse a los nuevos tiempos, nos gusten o no. El mundo nuevo para los personajes de Desgracia es la Sudáfrica post-apartheid, donde entre muchos negros se respira aún un espíritu de revancha disfrazado de justicia (Coetzee, cómo no, fue acusado de racista por esta novela), y en el que pesa sobre la conciencia de los blancos la losa de los errores del pasado, empujándolos a un deseo de reparación mal entendido que les arroja hacia una enfermiza auto-represión.

«Es un riesgo poseer cualquier cosa: un coche, un par de zapatos, un paquete de tabaco. No hay suficiente para todos. Hay demasiada gente y muy pocas cosas. Lo que existe ha de estar en circulación, de modo que todo el mundo tenga la ocasión de ser feliz al menos un día.»
Más allá del contenido de la novela, hay que señalar algunos aspectos técnicos que el autor maneja con maestría. Para empezar hay que destacar el uso del presente en toda la narración, un apuesta arriesgada que funciona.
También es digno de mención el manejo de la intertextualidad: De forma paralela a todo lo que sucede, Lurie trabaja en la creación teatral de una obra musical dedicada a Lord Byron durante su estancia en Rávena. Los textos y personajes de su obra se mezclan con los acontecimientos de la novela.
Podría decir mil cosas más sobre esta grandiosa novela, como la eutanasia de los perros, a los que Bev Shaw y el propio Lurie tratan de dar una muerte revestida de cierta dignidad, o el choque de mentalidades entre los urbanistas blancos y los hombres del campo como Petrus, cuyas vidas se rigen por tras leyes «no escritas» y otra visión de la realidad, a veces completamente opuesta.
A pesar de ese sabor amargo que mencionaba al principio, Desgracia es una novela inmensa e imprescindible, que humildemente recomiendo a todos.
…
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Una obra maestra, uno de los mejores que he leído en los últimos años.
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Hola Andrés.
Muy buena novela, sin duda. Y muy dura.
Gracias por comentar.
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