A estas alturas nadie puede negar el hecho de estar sufriendo cierta ansiedad con el asunto del Coronavirus COVID-19, ahora ya convertido en pandemia. En España la situación empeora por momentos y el futuro que se vislumbra a medio plazo es francamente preocupante.
En mi caso, al temor por la salud (sobre todo de los mayores) se suma la incertidumbre por las consecuencias económicas de la crisis, de las que nadie se podrá escapar, y que tienen pinta de ser catastróficas.
Ante un horizonte tan desalentador, los pobres mortales como yo nos preguntamos qué podemos hacer. La respuesta es nada. O casi nada, más allá de tomar las debidas precauciones para no contagiarnos ni contagiar a los demás. Lo que vaya a pasar no está en nuestras manos.
«Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas».
Albert Camus, La peste.
Cada uno afronta las dificultades a su manera. En mi caso la lectura es entretenimiento, una pasión, pero también un refugio. Y en los momentos de crisis personal, también un antídoto contra el miedo o la depresión.
Leer y relativizar
Me explico. En los años 2006 y 2012 me tocó afrontar momentos muy duros. En una ocasión por motivos familiares y en la otra por cuestiones laborales. Fueron semanas y meses en los que todo parecía muy negro y los problemas se levantaban ante mí como enormes montañas, obstáculos insalvables.
¿Y cuáles fueron las lecturas que me ayudaron a capear la tormenta? Nada de libros de autoayuda ni historias de fantasía para evadirse de la realidad. Todo lo contrario: me puse a leer testimonios horribles de hechos reales, gente que, antes que yo, había sufrido situaciones millones de veces peores. Si esto es un hombre, de Primo Levi, Archipélago Gulag, de Alexander Solzhenytsin o ¡Tierra, tierra! de Sandor Marai fueron las lecturas que me acompañaron en aquellos días oscuros.
Al contrario de lo que se pueda pensar, leer aquellos libros no sólo no me deprimió más sino todo lo contrario: me ayudó a relativizar los problemas. También pensé en las historias de la guerra y la posguerra que me contaron mis abuelas. Tiempos en los que faltaba de todo y cada día era el último.
¿Cómo me permitía yo caer en el desánimo y la queja amarga sabiendo que existían personas que habían tenido que pasar por pruebas infinitamente más duras y aún así no dejaron de luchar?
Mis problemas no desaparecieron, aunque sí cambió mi forma de afrontarlos. Con cierta dosis de fatalismo, de acuerdo, pero también con más serenidad y sensatez. Y al final, como siempre, acabó saliendo el sol.
Por eso ahora que probablemente tendré que afrontar la enfermedad de algún ser querido o el riesgo de verme en la cola del paro después de tantos años (y a falta de vacuna), mi antídoto para el Coronavirus y sus consecuencias es este: lecturas densas, relatos terribles de testimonios reales y, ¿por qué no? también algo de filosofía de los estoicos.
Y si finalmente nos toca estar recluidos en casa en cuarentena, tomemos ejemplo de El Decamerón y que no nos falten buenas lecturas para hacer más llevadero el encierro.
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Aprender a relativizar es siempre muy positivo y la lectura ayuda, sobre todo a encontrarse con uno mismo. Además, en esta época de reclusión, leer en el sofá (o en el lugar más cómodo para ello) de casa es una gran opción.
Muy buen artículo.
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Así es. No es un mal plan para la cuarentena: leer, cocinar y tomárselo todo con calma. ¡Un saludo!
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¡Hola! 🙂
He encontrado tu blog gracias al hilo de twitter, te sigo.
Muchas gracias por las recomendaciones y pues, esta pandemia ha traído mucha luz a lo que somos como seres humanos también, ¡un beso!
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Pues bienvenida a mi blog. Me paso también por el tuyo. ¡Un saludo!
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