CABEZA RAPADA, Jesús Fernández Santos

Catorce relatos que nos muestran el mundo visto por los ojos de los niños españoles durante los años de guerra y postguerra.

Cabeza rapada (1958) no pretende ser más que un retrato, probablemente un tanto subjetivo, de una época terrible. Sus historias nos entristecen y conmueven. Y a veces incluso nos arrancan una triste sonrisa.

Sus protagonistas, niños y adolescentes, no lo tienen fácil, obligados a ser adultos antes de hora. Buena parte de lo que se cuenta es contenido autobiográfico, pues el propio Jesús Fernández Santos apenas tenía 10 años cuando estalló la Guerra Civil.

Obviamente, no todos los relatos son iguales en intensidad o en interés, aunque todos ellos están escritos de un modo pulcro. Muchas veces no hay trama, simplemente se relata un fragmento de realidad del cual se pueden inferir muchas otras cosas. De mi lectura personal me he permitido destacar estos:

Cabeza rapada, el cuento que da título al libro. Un relato desolador de dos niños solos, pobres, enfermos… Puede que fuera una imagen típica de la posguerra, inconcebible hoy en nuestro país. En todo caso, una lectura desgarradora.

Llegar a más. El trabajo infantil. La mina. Si te esfuerzas, puedes «llegar a más». En el caso de nuestro protagonista, cumplir el sueño de comprarse una bicicleta. Todo a costa de duras jornadas de trabajo extenuante e insalubre.

El Sargento. Es el único relato de este volumen que se sale de su marco temporal y nos lleva al escenario de la Guerra de Cuba. Un joven sargento describe en primera persona su estancia en la isla. Hambre y enfermedad en una tierra hostil y muy lejana. Las cartas a la madre, a la novia, nunca llegan a casa. Lo destaco porque el tema me llamó la atención y no he leído mucho sobre esta guerra, la cual marcó el fin de una época para nuestro país.

Jesús Fernández Santos (1926-1988)

La guerra: el primo Rafael es el cuento más largo de los que integran esta colección, y en mi humilde opinión el mejor de todos. Rafael y Julio son dos de los niños de la caravana de refugiados que huye de los combates buscando acogida en Segovia (eso exactamente es lo que vivió el autor).

«Aldeas blancas, solas. Ancianos impasibles, niños desconocidos, mirando sin saludar, sentados a horcajadas en las arribas de la carretera. Las llanuras, los ardientes páramos, ondulaban al paso del convoy, quedando atrás, apenas entrevistas. Iglesias asoladas, fuentes que aún desgranaban solitarias su fluir silencioso y, por encima de todas las cosas, el silencio de los hombres, su gesto hostil, desconfiado; el miedo de la guerra».

Mientras los adultos sufren, sienten miedo y se angustian, los pequeños ven esta realidad con otros ojos. Es la mirada infantil, a través de la cual todo es una aventura y un nuevo descubrimiento. Sin embargo, los pequeños están igualmente expuestos al peligro y a la tragedia.

El final de una guerra es la historia de dos desertores. Su huida es audaz, pero breve. Y condenada al fracaso. En la narración se entremezclan la ingenuidad y la barbarie, con escenas absurdas, de esas que son tan comunes en los conflictos bélicos. El terrible final de esta escapada llega del modo más inesperado para el lector.

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