EL PAÍS DE LAS ÚLTIMAS COSAS, Paul Auster

Para acabar el año, una novela desoladora: El país de las últimas cosas (1987) de Paul Auster. No es una lectura amable, pues aunque dibuja un escenario distópico y terrible, tiene un sabor inquietantemente cercano. Una especie de proyección de nuestra realidad hacia un futuro no demasiado distante.

La historia es en realidad un testimonio contado en primera persona. Es la larga carta que escribe Anna Blume, la protagonista de este estremecedor relato, a un remitente desconocido para nosotros. Así es como conocemos su viaje a «la ciudad» en busca de su hermano, que fue enviado allí como corresponsal de prensa para desaparecer sin dejar rastro.

Esta ciudad es un lugar decadente y peligroso. Un mundo en descomposición. El reino del caos y la basura, donde la muerte acecha por todas partes. Es un paisaje donde han triunfado la anarquía y la delincuencia. Sus habitantes han sido abandonados a su suerte por parte de las autoridades, pero al mismo tiempo están sometidos a sus leyes injustas y terribles castigos. De este modo el único objetivo que hay es sobrevivir un día más. Evitar a los ladrones y los estafadores, esquivar las enfermedades y huir de la miseria, el hambre y la locura.

«A veces pienso que la muerte es lo único que logra conmovernos, constituye nuestra forma de creación artística, nuestro único medio de expresión».

Fotograma de la adaptación al cine de la novela de Paul Auster, dirigida por Alejandro Chomski

Anna Blume se obstina en hallar la pista de su hermano a costa de padecer toda clase de sufrimientos y humillaciones. Pero nunca llegan las buenas noticias. El cuerpo y el alma de la protagonista se deterioran lentamente, como el resto de las cosas que la rodean. Así, el libro de Paul Auster llena al lector de desagradables sensaciones y de una desesperanza tan inmensa que solo algunas obras son capaces de transmitir. A mí me recordó en este aspecto a La Carretera, de Cormac McCarthy.

«Así son las cosas en la ciudad, cada vez que crees saber la respuesta a una pregunta, descubres que la pregunta no tiene sentido».

La primera parte de El país de las últimas cosas es una detallada y escalofriante descripción de la ciudad y sus habitantes. Más adelante, el relato se centra en la odisea personal de Anna Blume. En ese escenario tan extremo, salen a relucir lo peor y lo mejor de las personas. Aunque más lo primero que lo segundo.

«Ya ves cómo son las cosas en este país, todo desaparece, los vivos igual que los muertos».

Paul Auster sabe como dibujar el alma de sus personajes, lo cual los acerca tanto al lector que resulta difícil no compartir con ellos sus emociones. En esta obra eso supone entender su sufrimiento, su angustia y su desesperada forma de aferrarse a lo que sea para vivir un día más y burlar a la muerte.

No se trata de la mejor lectura para levantar el ánimo de alguien que se encuentre algo deprimido, pero sí es una obra interesante, dotada de una belleza desgarradora. También me aparece adecuado reflexionar sobre algo: este escenario distópico es una realidad cotidiana para muchas personas en el mundo en estos momentos. Por eso El país de las últimas cosas se mueve en esa fina línea que separa la ficción de la realidad.

¡Feliz año nuevo a los seguidores de Humilde Lector!

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