En una estación de metro, la mirada de Thérèse se posa en una mujer anciana que camina con aires de bailarina y viste un raído abrigo de color amarillo. Al momento sabe que es ella. Le dijeron que había muerto, hace ya años, en algún lugar de Marruecos. Pero no era cierto.

La misteriosa dama es la madre de Thérese, la misma que un día le puso el nombre de Joyita (nombre artístico, que no apelativo cariñoso). La misma que se deshizo de ella como quien se deshace de unos zapatos viejos pasados de moda. Una herida que jamás se cerró.

Joyita (2001) es un paseo por un París triste y hostil de la mano de Patrick Modiano, un territorio poblado por seres decadentes y oscuros. Una ciudad de sombras.

Thérèse es el resultado de una infancia sin amor. Esa niña que creció siendo un estorbo, un lastre para la carrera artística de su madre, es ahora un ser que vaga sin rumbo y que malvive en París con trabajos de poca monta. Sin fuerzas ni ilusiones. Sin futuro.

«Vivir cerca de una estación te cambia completamente la vida. Tienes la impresión de estar de paso. Nada es definitivo jamás. Un día u otro te subes a un tren».

El encuentro fortuito con la dama del abrigo amarillo desata una tormenta que hace tambalear su frágil equilibrio emocional. La búsqueda supone volver a abrir el cajón de los recuerdos, algunos de ellos demasiado dolorosos. Un dolor que es capaz de hacer enfermar.

La narración, que parece transcurrir como en un sueño, es breve pero intensa. Construida de forma lineal, aunque con constantes evocaciones al pasado. Toda la historia está bañada por una pátina de melancolía y desesperanza. Thérèse vuelve a ser Joyita (petite bijou) durante unos días, reviviendo todo y descubriendo al fascinado la triste historia de su vida.

Un relato hermoso, aunque un tanto deprimente. También una muestra perfecta de la literatura de Modiano: los escenarios parisinos, la evanescencia de los personajes y la obsesión por los recuerdos y el pasado. Todo bien comprimido en un relato corto y desgarrador.