
Hace un par de años, Siruela se animó a publicar a Pierre Magnan en español. El título elegido fue Trufas para el comisario (1978), la segunda entrega de la serie del comisario Laviolette. Ignoro las razones de esta decisión, pues habría sido más lógico empezar por la primera de la saga. En cualquier caso, bienvenida sea.
El encanto de esta novela reside en la fórmula, de probada eficacia, de tejer una trama policiaca en un escenario regional muy específico. En este caso, la Provenza francesa. Pero no la Provenza de la lavanda y las postales turísticas, sino la de las frías tierras altas, de pueblos pequeños y aislados, donde los forasteros no son siempre bien recibidos.
En Banon, localidad donde suceden los hechos, el principal medio de vida de los paisanos son las trufas, que venden a precio de oro a ávidos gourmets en los mercados regionales. Unas misteriosas desapariciones antes de la Nochebuena, el fino olfato de Rosaline, la cerda trufera, el frío y la nieve, los silencios de los hoscos vecinos que beben pastís y ocultan viejos secretos, un misterioso libro y una iglesia abandonada convertida en una hedionda comuna. Esos son los ingredientes de esta entretenida novela. Negra, muy negra, pero llena de encanto.
«La trufa es caprichosa. Esperas encontrarla al pie de un hermoso árbol nuevo, en un suelo bien cuidado, pero ella se esconde bajo la tupida maraña de un enebro nudoso o bajo un roble de doscientos años, donde supuestamente nunca nadie halló ninguna»
Es posible que el mundo que describe Magnan ya no exista. Han pasado casi 50 años y todo ha cambiado muy deprisa. De hecho, la presencia de los hippies en la zona, que aparecen y desaparecen como fantasmas, es también una característica de la época en la que fue escrita la novela. Por suerte, la serie cuenta con más volúmenes y podremos regresar al universo de Laviolette más veces.
Más que la historia en sí, lo que más me ha gustado de Le commissaire dans la truffière es cómo el autor presenta a los personajes y describe los paisajes. Es un estilo fresco, muy gráfico y no exento de humor. No conocía a Pierre Magnan, pero su estilo en seguida me recordó al de mi admirada Fred Vargas. Parece evidente que ella bebió de estas fuentes.
En definitiva, una lectura aderezada con el aroma de las trufas y el color de la sangre que todo buen aficionado al género sabrá disfrutar. Muy recomendable.
Qué buena pinta tiene.
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Hola Conchita,
Yo te la recomiendo, a mí me ha gustado mucho.
Un saludo.
Daniel
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