LA SOMBRA DEL ÁGUILA, Arturo Pérez-Reverte

9788420474694sombraguilaEn mis años mozos cayó en mis manos una recopilación de relatos breves del que por entonces aún era considerado más periodista que escritor, el amado y odiado Arturo Pérez-Reverte. Aquel libro contenía maravillas como Un asunto de honor o El Húsar, pero sobre todo una sensacional novela corta: La Sombra del águila.

Nos trasladamos al año 1812, cuando la Grande Armée de Napoleón se encuentra invadiendo la inmensidad de Rusia. La historia es una ficción, pero basada en un hecho real: el intento de deserción del Segundo Batallón del 326 Regimiento de Infantería de Línea del ejército español, que luchaba en el bando napoleónico, cerca de la aldea de Sbodonovo.

Al parecer, la maniobra «suicida» de los españoles para cambiarse de bando fue interpretada por Napoleón Bonaparte como una admirable hazaña, una carga temeraria para romper las líneas rusas. Lo que sucedió en realidad, y también la historia del llamado Regimiento José Bonaparte y la batalla de Borodino, se explica muy bien en el blog «Historia con minúsculas», cuya lectura recomiendo. A partir de este hecho histórico Pérez-Reverte construye una historia llena de acción, drama y humor.

«Le Petit Cabrón»

Entre los personajes que aparecen en La sombra del águila (1993) figura el mismísimo Napoleón, presentado como un líder implacable y un tanto contrariado por la mala marcha de una campaña militar larga y llena de dificultades.

«Le Petit Caporal, el Pequeño Cabo, lo llamaban los veteranos de su Vieja Guardia. Nosotros lo llamábamos de otra manera. El Maldito Enano, por ejemplo. O Le Petit Cabrón

Sí, es el mismo estilo pérez-revertiano de los artículos de opinión, que tantos entusiastas como detractores ha generado a lo largo de todos estos años. Esa forma tan directa de contar las cosas, que conmueve a veces y hace hervir la sangre otras. Y donde no falta cierta dosis de humor. Imposible no soltar una que otra risa leyendo algunos de los pasajes de la novela. Allá va otro ejemplo:

«Entonces Peláez solucionó la papeleta yéndose derecho a Dufour y alumbrándole la sesera sin decir esta boca es mía, y al coronel se le quitaron las dudas de golpe. Y es que no hay nada como un pistoletazo a bocajarro en el momento oportuno.»

O el memorable momento en el que Napoleón hace llamar al corajudo pero limitado Murat, al que acaba enviando a comandar la carga de caballería que tiene que salvar a los españoles de una muerte segura (pero que en realidad sólo sirve para frustrar su huida):

«—¡Murat!

El mariscal Murat, emperifollado como para un desfile, se cuadró con un taconazo. Iba de punta en blanco, con uniforme de húsar y entorchados hasta en la bragueta (…)

—Murat. 

—Sí, Sire.

—Sugiera algo de una puñetera vez.»

Una pequeña clase de historia

Pero en La Sombra del águila no todo son cargas de bayoneta, lenguaje cuartelero, miembros destrozados y humo de cañón. Más allá de los diálogos ingeniosos y las .escenas cruentas se esconde un magnífico trabajo de divulgación histórica. Sí, puede que el lenguaje utilizado no convencerá a los más puristas, pero el trabajo de documentación y la narración histórica son dignos de elogio. Ideal para profanos, diría yo. No es una lección al uso, pero leyendo esta breve novela uno aprende muchas cosas acerca de las Guerras Napoleónicas y de la España convulsa de principios del siglo XIX. En este sentido se pueden añadir unas cuantas obras de Pérez-Reverte centradas en el mismo periodo: Trafalgar, Un día de cólera y El asedio, todas ellas muy recomendables.

Imagen_Imagen_Boceto_2.jpg Externa ABC
Viñeta de la adaptación en cómic de La sombra del Águila (2012), dibujada por Rubén del Rincón.

Por último, hay que señalar que debajo de ese humor negro y amargo sarcasmo que reina en el ambiente de La sombra del águila, está presente el drama de unos soldados cuyo único anhelo es olvidarse del horror de la guerra y regresar a su tierra. Y de aquel Segundo Batallón del 326 Regimiento de Infantería de Línea muy pocos lo consiguieron. Y esto también es un hecho real.

«…La tarde del último día de abril de 1814, once hombres con una vieja guitarra cruzaron la frontera entre Francia y España. Algunos cargaban hatillos al hombro y aún podían reconocerse, en sus ropas hechas jirones, los restos azules del uniforme francés. Llevaban los pies envueltos en ropas destrozadas y harapos. Enflaquecidos y exhaustos, barbudos, sucios, parecían una manada de lobos vagabundos y acosados, en busca de un lugar donde refugiarse, o donde morir.»

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