CALLE DE LOS LADRONES, Mathias Énard

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En realidad, la Calle de los ladrones (2012), de Mathias Énard, es el carrer Robadors, situado en el corazón del Raval de Barcelona. Pero allí se desarrolla sólo la parte final de la historia de su protagonista, el joven Lajdar, la cual se inicia en Marruecos.

Allí, en su Tánger natal, Lajdar y su amigo Bassam sueñan con viajar a Europa, tierra de libertad y oportunidades. Y de chicas guapas que se visten con poca ropa.

Se puede decir que la novela es el relato de la juventud de Ladjar, que transita entre la ilusión y la desesperanza, la historia de un joven sensible, ávido lector de novela negra y apasionado de la poesía árabe clásica, que acaba huyendo de casa a raíz de un problema familiar.

Lajdar vive una etapa de mendicidad de la cual logra salir gracias a la ayuda de Nuredine, un poderoso jeque que, con dinero saudí, abre un centro cultural islámico de corte fundamentalista (Grupo Musulmán para la Difusión del Pensamiento Coránico). La violencia y el fanatismo flotan en el aire, pero Lajdar logra mantenerse ajeno. No así su amigo Bassam.

Tánger, Algeciras, Barcelona

La atmósfera gris de Tánger, una ciudad fascinante para los viajeros pero complicada para los locales, es la gran protagonista. Por casualidad, los amigos conocen a una pareja de chicas españolas de Barcelona y, tras una serie de encuentros, Lajdar inicia una relación con una de ellas: Judit.

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Tánger, Marruecos

Sin contar nada más, diremos que la trama se complica. Después de un sangriento atentado islamista en Marrakech y el misterioso incendio de la sede de la «Difusión», donde él trabaja, Lajdar decide desaparecer. Consigue encadenar algunos trabajos que, paso a paso, le llevarán a viajar a España. Vivirá situaciones peligrosas, conocerá la miseria, el racismo, la soledad, el miedo, la solidaridad, el terrorismo, el odio, el amor y el desamor. Lo mejor y lo peor de ambos mundos, el de las dos orillas opuestas del Mediterráneo que, en muchos casos, no le van a parecer tan diferentes.

«Los hombres son perros, se atacan los unos a los otros en la miseria, se revuelcan en la mugre sin poder escapar, se lamen el pelo y se lamen el sexo durante todo el día, tendidos en el polvo, dispuestos a todo por unos despojos o el hueso podrido que puedan echarles, y yo, lo mismo que ellos, soy un ser humano, un detritus vicioso esclavo de sus instintos, un perro, un perro que muerde cuando tiene miedo y que busca las caricias.»

Hay que destacar que la acción de Calle de los ladrones sucede entre 2011 y 2012, cuando el mundo islámico está siendo sacudido por eso que los medios llamaron la «Primavera Árabe» y cuando en España tiene lugar el movimiento de los indignados. Sucesos que Lajdar percibe como el inicio de una revolución que acabará devorando a Europa.

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Mathia Énard (Niort, 1972)

SI bien las predicciones del autor estaban un tanto erradas, es justo reconocer que Mathias Énard sabe de lo que habla: es francés, pero ha vivido en muchos países musulmanes y ha sido  profesor de árabe en la Universidad Autónoma de Barcelona. Como escritor obtuvo el prestigioso premio Goncourt en 2016 por su novela Brújula.

En cuanto a los aspectos técnicos de Calle de los ladrones, hay que destacar que la novela está narrada en primera persona, algo que siempre supone un reto para un escritor, pero se lee de un tirón. En mi opinión la primera parte, la que transcurre en Tánger, es literariamente muy superior al resto de la narración, donde Lajdar aparece como un personaje casi dickensiano. Después, la historia pierde algo de fuelle y el desenlace final me parece un tanto forzado.

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El carrer Robadors, en el barrio barcelonés de El Raval.

Pero Rue des voleurs (título original en francés) tiene grandes virtudes. Por ejemplo, resulta muy fácil empatizar con el protagonista, aunque solo sea por sus aficiones literarias (hay constantes alusiones a novelas policíacas como por ejemplo Total Khéops, de Jean-Claude Izzo, que reseñé hace algunas semanas), y por otro lado está muy ligada a la terrible realidad del terrorismo islamista que ha tenido estos años a Europa y el mundo entero en vilo.

El autor desliza sus opiniones personales a través de sus personajes, y no en todas estoy de acuerdo (sobre todo las que atañen a España, pues de Marruecos no me atrevo a opinar). Sin embargo, como soy positivo, me quedo con dos reflexiones. Primero la de Lajdar, hablando sobre la censura de su país:

«La ventaja es que los libros se venden tan poco y se leen tan poco que ya no vale la pena prohibirlos».

La segunda, el pensamiento simple y pragmático de Munir, el ladronzuelo tunecino que comparte piso con Lajdar en Barcelona:

«Si no existiese la religión, la gente sería mucho más feliz».

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«La ventaja es que los libros se venden tan poco y se leen tan opco que ya no vale la pena prohibirlos».

 

 

 

 

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