¿Se pueden reparar todos los errores cometidos en el pasado? Sin duda, cierta categoría de errores no, sobre todo si éstos tienen consecuencias tan terribles como las que se narran en Expiación (2001), de Ian McEwan.

A pesar del título (Atonement), en realidad el tema central de la novela no es la expiación, sino la propia culpa. Al menos esa fue la conclusión a la que llegué después de leerla.

La historia arranca un día de verano del año 1935 en la casa de los Tallis, una familia británica rica, tal vez un poco decadente.

Todos preparan para la llegada de Leon, el hijo mayor, al que tanto su madre como sus hermanas Cecilia y Briony se mueren de ganas de volver a ver. Esta última, la pequeña de la casa, lleva días preparando una obra de teatro que sus primos, Lola y los gemelos, parecen querer boicotear. También acude a la cena a Robbie, el hijo de la criada, que vive una relación secreta con Cecilia.

La noche se va a complicar por una serie de sucesos terribles: una desaparición, una violación, un malentendido, un falso testimonio… Lo que vi o creyó ver Briony.

«Aferrándose a lo que ella creía que sabía, estrechando sus pensamientos, reiterando su testimonio, pudo apartar de su mente el daño que sólo de un modo tenue intuía que estaba causando.»

En un instante, toda la familia se verá sacudida y todo cambiará para siempre para tres de los personajes. Y aquí me tengo que detener: imposible contar más sin spoilers.

Expiación está dividida en tres partes. La primera es en mi opinión la mejor: los personajes son presentados y perfilados con maestría, uno casi logra meterse en los pasillo y los jardines de la casa, como si todo le fuera conocido. Además, la tensión va en aumento hasta el trágico punto final (en realidad punto y seguido), que deja las puertas abiertas al resto de la novela.

La segunda parte está centrada en la vida de Robbie en la guerra, obligado a participar en la penosa retirada del ejército británico hacia las playas de Dunkerque; en la tercera son las dos hermanas enfrentadas sin remedio, las que toman el relevo. Pero sobre todo es el personaje de Briony el que se agranda. Consciente del daño que ha causado, trata de expiar sus culpas y busca reparar la injusticia de algún modo.

«Cómo la culpa depuraba los métodos para torturarse a sí misma, engarzando las cuentas de los detalles en una lazada eterna, un rosario que manosear durante toda la vida.»

Estas dos partes (la segunda y la tercera), se sitúan en el tiempo unos años después de la fatídica noche estival en casa de los Tallis, y sirven para cerrar el círculo de la historia. Pero todavía habrá que leer el epílogo, de la mano de la anciana Briony, para entender realmente todo. Un final de esos que resultan difíciles de olvidar.

Sobre el estilo empleado por Ian McEwan en la primera parte de la Expiación he leído por ahí toda clase de adjetivos, no siempre elogiosos: barroco, engolado, tedioso… Hay quien encuentra  esta parte demasiado larga y aburrida. No puedo estar más en desacuerdo: yo creo que no sobra ni una palabra, ni uno de los detalles relatados son prescindibles (como puede comprobar el lector más adelante). A mí me parece un texto de 10.

Por desgracia, el nivel no se mantiene en las otras partes de la novela, donde la narración es más directa y, sin embargo, no resulta tan sugestiva como al principio. Pero el colofón final recupera la brillantez. Cuando se cierra el libro después de leer la última página, y a pesar del sabor agridulce que deja,  uno sabe que acaba de tener en sus manos una pequeña obra de arte.

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