Undécima novela de la serie Montalbano, que nos brinda una nueva aventura de nuestro comisario siciliano favorito.
En Las alas de la esfinge (2006), Andrea Camilleri nos vuelve a presentar a Salvo Montalbano sumido en plena crisis personal. En la novela anterior (Ardores de agosto) ha tenido un desliz, una traición inconfesada que su novia Livia ignora, pero sospecha. El resultado: las habituales discusiones trmntsas por teléfono. Ella, desde el norte: él, en el sur.
Por si esto fuera poco para Montalbano, también hay problemas en el trabajo. La comisaría está abandonada por la admnistración, incluso falta gasolina ara los coches de servicio. El comisario acaba hablando solo, discutiendo consigo mismo.
En realidad hay algo más. Montalbano está cada vez más angustiado por el paso del tiempo y la inexorable sombra de la vejez. Un leiv motiv que va ganando peso argumental en cada nueva entrega de la saga.
Afortunadamente, el trabajo llegará como siempre al rescate. En un vertedero de la región se encuentra el cadáver de una mujer joven. Pasquano, el forense, determina que la chica ha sido asesinada un día antes de ser abandnada entre la basura. Además, hay un detalle que llama la atención del comisario: el enigmático tatuaje de una mariposa nocturna, una esfinge (Acherontia atropos), en el hombro de la fallecida.
Bueno, debo detenerme en ese punto para no arruinar a lectura a nadie que todavía no haya leído Las alas de la esfinge. La historia, como siempre, es más compleja de lo que parece al principio.

Los ingredientes de esta novela son los mismos a los que Camilleri nos tiene acostumbrados en sus otras obras: un buen ritmo narrativo, que mantiene el interés del lector siempre alto, los habituales toques de humor, los guiños gastronómicos y la denuncia social que asoma por debajo de la trama detectivesca y policial. La fórmula de siempre, entretenida y eficaz.
Como detalle curioso, hay que destacar en esta ocasión la comparación que Camilleri hace entre Montalbano y Don Quijote:
«Don Quijote creía que los molinos de viento eran monstruos, mientras que estos son en realidad monstruos que simulan ser molinos de viento».
Y es que, una vez más, Montalbano se topa con poderosos e invisibles enemigos que se empeñan en obstaculizar sus investigaciones. Por ejemplo, una llamada desde Roma para alejar al comisario del caso e impedir que el escándalo llegue a la opinión pública.
Independientemente del desenlace, la narración está teñida de un innegable hastío. La frustración de Montalbano es en realidad la del propio Camilleri ante ciertas realidades, las de su Sicilia natal, las de Italia y en general las de todo el mundo.
Para mí, una de las mejores de Camilleri
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Hola Noir,
Una de las mejores, estoy de acuerdo.
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